Observando la huelga de hambre de Alaa Abd el-Fattah desde la Palestina ocupada
por Mohammed El-Kurd - publicada originalmente en The Baffler Foto: France 24 /Traducción: A Planeta
En el último ensayo de su libro «Aún no has sido derrotada», Alaa Abd el-Fattah, preso político egipcio desde hace mucho tiempo, sueña con escapar de su celda en la Prisión de Máxima Seguridad 2 de Tora a la asediada Franja de Gaza. Escribe: «Si estuviera libre en Gaza en lugar de encerrado en El Cairo, leería libros… pasearía por la playa, trabajaría y me ganaría la vida». Su sentimiento es innegablemente digno, incluso hermoso: «Gaza está sitiada, pero no ha sido tomada cautiva, y la diferencia es enorme». Aún así, me detengo ante estas palabras. ¿Se puede pasar por alto un cielo bloqueado por alambre de espino? ¿Qué es eso sino cautiverio?
He oído decir y lo he dicho yo mismo que las personas confinadas por el asedio o el encarcelamiento pueden emanciparse en la mente. Para cavar un túnel, primero hay que imaginarlo antes de arañar el suelo. Así que quizás Palestina enseñó a Alaa lo que ha enseñado a muchas personas, que aquí el significado simbólico de las barreras militares no va más allá del hecho material de su cemento. Pero, por otra parte, el peso de ese cemento es innegablemente aplastante. La fragmentación que impone es muy real.
Alaa es, por supuesto, consciente de ese peso asfixiante. «Sé que no he vivido bajo un bombardeo», escribe, «que visitar un asedio es diferente a vivir bajo él». Pero lo que Alaa destaca de las personas palestinas de Gaza es lo que tiene en común con ellas: el rechazo a las realidades impuestas y a las fronteras fabricadas, la negativa a morir en la espera.
En el mismo ensayo, titulado «Palestina en mi mente», Alaa grita las noticias sobre la Palestina ocupada a sus compañeros de celda a través de un hueco en la puerta de su celda. También escribe sobre su viaje a la Franja de Gaza en 2012. Había visitado la tienda de campaña «Estómagos Vacíos», una sentada organizada en solidaridad con los presos políticos palestinos en huelga de hambre recluidos en cárceles israelíes sin cargos ni juicio, lo que el régimen israelí denomina detención administrativa. Egipto es un reflejo de su socio en la «paz» y también receptor de financiación militar estadounidense en esta práctica de detención preventiva indefinida. No sé si Alaa sabía ya que elegir la inanición al sometimiento era una táctica que él mismo utilizaría más tarde. «He estado en huelga de hambre cuatro veces desde entonces», escribe, «y cada vez recuerdo la huelga de los y las cautivas palestinas».
Lo que Alaa ensalza de los y las palestinas de Gaza es lo que tiene en común con ellas: el rechazo a las realidades impuestas y a las fronteras fabricadas, la negativa a morir en la espera.
Los y las presos políticos palestinos han seguido durante mucho tiempo una «filosofía de enfrentamiento a las prisiones» para protegerse de la carga psicológica que las cárceles israelíes fueron diseñadas para impartir. La noción es profunda: la cárcel está ahí para quebrar tu espíritu, así que debes cultivar nuevas alegrías para fastidiarla. Tus carceleros quieren que creas que has pagado tu juventud como precio por tu rebelión, así que debes aprovechar los años entre rejas para pensar, aprender y leer. Se trata, una vez más, de un rechazo obstinado.
En las últimas décadas, los y las palestinas encarceladas [*] han participado en la sociedad como si no tuvieran cadenas atadas a los pies, convirtiendo sus celdas en clases, sus pabellones en universidades. Han publicado libros y obtenido títulos mientras estaban encerrados, incluso han hecho campaña y participado en elecciones nacionales. «Nos convertimos en residentes de la prisión, pero no podemos permitir que la prisión resida en nosotros», escribe Ali Jaradat, preso político palestino desde hace mucho tiempo, en su libro «No estás solo«[**] .


En Egipto, sin embargo, no hay atisbo de movimiento de personas presas. Desde el golpe de 2013, el general Abdel Fattah el-Sisi ha reprimido el pensamiento político, por no hablar de la organización y la protesta; ha restringido severamente las organizaciones de la sociedad civil y ha cerrado las agencias de medios de comunicación. Y sus cárceles se han tragado a unos sesenta mil disidentes. Por nombrar algunas y algunos: Mohamed Baker, Hoda Abdel Moneim, Mohamed Oxygen, Ayman Moussa, Hala Fahmy, Ahmed Amasha, Sherif El Rouby, Seif Fateen, Ismail Al Iskandarani, Marwa Arafa, Mohammed El-Qassas, Ahmed Douma, Tawfik Ghanem, Aisha Al Shater, Anas El-Beltagy, Aya Kamal, Ezzat Ghoneim y mucha s más. La mayoría apenas recibió atención mediática.
Durante años, esta fue la norma para los y las egipcias. Naturalmente, nadie habría visto venir el alcance mundial de la campaña de Alaa.
Alaa ha pasado la mayor parte de los últimos diez años entre rejas por el delito de «difundir información falsa». Como a muchos y muchas activistas egipcias, se le ha ocultado en gran medida su destino. Se le niegan sistemáticamente la asistencia letrada y las visitas familiares. Aun así, quienes siguen la campaña podrían pensar que tiene un Ministerio de Medios de Comunicación a su disposición. Expertos, estrellas del pop e incluso políticos cómplices o inútiles han pedido su liberación. Los presentadores de televisión hablan de su petición, aunque pronunciando mal su nombre; es divertido y algo reconfortante. Incluso el New York Times ha publicado un par de buenos artículos sobre él. Alaa está en todas partes.
En Palestina, donde las y los presos políticos suelen declararse en huelga, la gente se ha manifestado en favor de Alaa. En Nazaret, Ramala, Haifa y otros lugares, se han reunido y han leído fragmentos de su libro, han protestado y le han escrito a él y a los miles de detenidos en las cárceles egipcias, dejando que los paralelismos entre sus luchas se dibujen solos. Para muchos, esto es más que una mera hazaña simbólica: Alaa ha trastocado una realidad normalizada de desapariciones forzadas desde el interior del Ala 2 de Máxima Seguridad de Tora.
El 15 de noviembre, Alaa puso fin a su última huelga de hambre, que duró más de siete meses. Nadie sabe cuándo o si el régimen egipcio lo liberará.
En el mundo de Sisi, Alaa arrastra los pies y ahora mide unos centímetros menos. Es un fuego domesticado. En nuestro mundo, Alaa truena. No es impotente: ha convertido su cuerpo, por frágil y mortal que sea, en un arsenal que utiliza contra sus carceleros, sus palabras en un martillo de la verdad que pisotea sus leyes injustas. Y como no puede salir al mundo -todavía-, ha traído el mundo entero a su celda.
Por desgracia, la cama de Alaa y su sitio en la mesa siguen vacíos. La última vez que supimos de él, no era consciente de toda esta solidaridad: se golpeaba la cabeza contra la pared, imaginando un mundo más allá de los límites de cemento de su celda.
Mientras tanto, la visión de Sisi de un Estado de seguridad avanza a pasos agigantados. Ha construido una nueva y espectacular capital y, de paso, ha transformado El Cairo en una sombría ciudad policial. Sisi diseñó esta «Nueva Capital Administrativa» con una arquitectura a prueba de revoluciones, empujando los edificios gubernamentales que fueron víctimas de la ira de la Revolución de 2011 cuarenta y cinco kilómetros hacia el desierto.
Así que aquí estamos de nuevo, recordando ese familiar peso aplastante, recordando los túneles imposibles que debemos cavar. Pero, si no es la libertad, ¿qué podemos ofrecer a Alaa? Aquellas de nosotras que permanecemos a la espera, ¿qué podemos hacer cuando Sisi quiere acabar con la revolución incluso como idea en la mente de los egipcios? Las y los presos políticos de todo el mundo sólo tendrán un poderoso movimiento de liberación cuando los que no tienen grilletes empiecen a aporrear las puertas de las cárceles, en Egipto y Palestina, en Guantánamo y Rikers.
«Tienes que superar esa idea de que me vas a rescatar», dijo Alaa a su hermana, Mona Seif, durante las primeras semanas de su huelga de hambre. «Voy a morir aquí. Céntrate en cómo hacer que mi muerte tenga el precio político más alto».
[*] Actualmente hay unas 35 mujeres palestinas en cárceles israelíes.
[**] La traducción es del autor.
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