Planeta A, porque no existe un Planeta B

Planeta Tierra, Planeta de Vida

El Planeta Tierra: surgió hace 4 540 millones de años y desde entonces ha sufrido grandes cambios geológicos hasta configurarse tal y como hoy lo conocemos. Por lo que sabemos, pese a muchas hipótesis y dinero dilapidado en probar lo contrario, dentro del inmenso universo, o de lo que conocemos de él, el Planeta Tierra es el único con vida a este nivel. En el Planeta Tierra surgieron las distintas capas atmosféricas que posibilitaron el surgimiento del agua. El agua junto a otros elemento, junto a la energía del sol, etc, hicieron posible el surgimiento de la vida hace unos 4000 millones de años. Desde el espacio, el Planeta Tierra destaca cubierto de agua (2 tercios del Planeta, 71%). Un Planeta como no hay otro. No es sólo que haya vida, sino que ésta es de una enorme variedad (biodiversidad), contabilizándose hasta 8,7 millones de especies, de las que sólo se conoce un 10%! Por lo tanto la riqueza de la Tierra es incalculable.

En el llamado Planeta Azul, surgió también nuestra especie, con capacidades también únicas, con lo que consideramos también “inteligencia” y que pese a nuestras limitaciones físicas, nos capacitó para imponernos a otras especies. El verbo “imponerse” es adecuado, porque si bien precisamos en algún momento defendernos, las relaciones entre distintas epecies en la Naturaleza son sobre todo de inter-relación, más que de imposición. Pero se puede decir que no sólo eso: la especie humana nos hemos adueñado del mundo y, hemos llegado a todas partes de él. Ahora, en esta nueva fase capitalista que hemos desarrollado, modelamos el Planeta a nuestro gusto. Bueno, muchas veces no es cuestión de gusto, porque no nos mueve tanto la cuestión estética, sino la cuestión capitalista, el conseguir beneficios económicos y el efecto estético resultante es bastante indeseable.

Desde el espacio ni se nos vislumbra (un poco de noche, con esos derroches energéticos), pero sí algunas de los desastres que hemos cometido. Desde el espacio tampoco se divisan otras de las invenciones humanas objetos de conflicto, las fronteras nacionales, que una vez habiendo dominado los riesgos naturales, se convirtieron en el principal motivo de guerras y muertes humanas, y también de grandes desastres ambientales. Desde el espacio sólo se aprecia eso, un único Planeta con vida unificada, pese a que gastemos ingentes cantidades de dinero en buscarla en otros lugares. El Planeta Tierra es único y así lo es su Vida, a la que como humanos estamos unidos, porque la Vida es interdependencia, conexión entre distintas especies, donde hasta la más diminuta es importante. O donde hasta la más diminuta puede suponer un gran cambio.

Al empezar este proyecto, el Planeta sufrió el efecto de un virus (Covid-19) a escala planetaria (sólo la especie humana parece haber sido afectado a nivel sanitario) que no sólo ha provocado la muerte de muchas personas, sino que ha llevado a la economía global a otra gran crisis. Esto ha puesto de relevancia lo poco que conocemos de la Vida y también, pese a que nos creemos en control total de ésta, cuántas cosas no controlamos y que efecto pueden tener en este sistema de soberbia que hemos construido.

El Planeta en riesgo

Nuestro Planeta (nuestro no como posesión, sino por pertenecer a él) se encuentra en una crisis profunda. Desde todos los puntos se encienden las alarmas. La emergencia climática, ante tantas evidencias, ya no es negada por nadie, excepto algún descerebrado y obviamente, aquellos para los que aceptarlo contraría sus beneficios. Los compromisos de los gobiernos presos de las ataduras corporativas, son tenues, y así, ese 1,5º de temperatura planteada en la Cumbre del Clima de París como límite a no llegar para el final de siglo se vislumbra insuficiente, porque los efectos ya son dramáticos (sequías, perdida de diversidad, fenómenos meteorológicos extremos, cambios estacionales, etc), y porque al ritmo que vamos, los alcanzaremos muy pronto. Por otro lado, este año, 2020, era el elegido en las políticas climáticas, para introducir muchas políticas que nunca vieron la luz o que nunca se completaron.

Y sin embargo, la crisis climática no es ni la único impacto de origen antropogénico al que se enfrenta nuestro Planeta. Además de la emergencia climática el Planeta viene sufriendo muchos males. Antes de entrar en esta pandemia, que desde muchos ángulos se puede asociar a la misma situación del Planeta que nos ocupa, nuestra preocupación se centraba en el volumen de plástico que hemos producido y que hemos arrojado al medio ambiente, en muchos casos degradándose e introduciéndose en la cadena trófica. En los océanos existen grandes islas en las que se acumulan toneladas de esos desechos. Ahora no sólo hemos abandonado esos compromisos, sino que el uso de plásticos y sus desechos se han multiplicado con la pandemia.

Antes de entrar en esta pandemia, en muchos lugares debían utilizar máscaras porque el aire era irrespirable y tóxico, por todas esas sustancias emitidas por los humanos en industria y transporte rodado: la contaminación armosférica. El cambio climático no es el único problema de las emisiones de vehículos que usan combustibles fósiles, de centrales térmicas de fósiles (incluidas las de gas), de refinerías, incineradoras y de toda esa industria que durante años han vertido las partículas más toxicas al aire: dioxinas, benzenos, toluenos, metano además de CO2, Ni, etc. Se estima que la contaminación del aire es responsable de unos 4,2 millones de muertes al año y alrededor del 91% de la población mundial vive en lugares donde la calidad del aire supera los límites de la OMS. Pero obviamente, su impacto en la naturaleza es también considerable.

Pero además los océanos sufren la acidificación, la pérdida de oxígeno. O la existencia de metales pesados, resultado de todos los elementos que vertemos en sus aguas (industria, dómestico). O los efectos desastrosos de la sobre-pesca que ha supuesto que 3/4 de los stocks pesqueros están totalmente explotados, sobre-explotados o agotados. Y los grandes cetáceos cazados sin cesar en algunos casos hasta la extinción.

La pérdida de biodiversidad es otro de los grandes problemas. Se contabilizan como más de 47.000 especies en el Planeta. De ellas el 36% se encuentran en peligro de extinción. La ONU alertó que cada día se pierden 150 especies animales al día. Se calcula que de seguir a este ritmo, para el 2100 se habrá perdido la mitad de las especies.

Igualmente pasa con los ecosistemas: la pérdida de ecosistemas aumenta a un ritmo acelerado. Y de un ecosistema depende otro, y en fin la Vida, el Planeta mismo, y obviamente nosotros humanos también. El ser humano es también responsable de gran pérdida de biomasa: del 83% de los animales salvajes (incluyendo el 80% de los mamíferos marinos y el 15% de los peces) y de la mitad de las plantas.

Estos últimos meses también, si la cuestión climática no era ya de por sí delicada, se extendieron los fuegos por todo el mundo: Brasil, Bolivia, Paraguay, África (Angola, Zambia y RD Congo), Australia. Los incendios inciden en la deforestación que por un lado supone un grave problema por la pérdida de ecosistemas y prepara el camino para la desertificación, pero también para la emergencia climática, ya que suponen más gases de efecto invernadero pero también la pérdida de bosques y árboles que absorben el CO2, el gas de efecto invernadero de mayor presencia.

La agricultura intensiva está detrás de muchos de estos incendios. Además de acabar con la biodiversidad, este tipo de agricultura contamina agua, tierra y aire con abonos y pesticidas químicos, con graves efectos en el medio ambiente, a escala preocupante pues provoca la desaparición de especies de gran importancia en la cadena trófica como las abejas. Sin embargo, esa es la situación de los insectos en general (75% de los seres vivos del Planeta): 41% de las especies de insectos se hallan en declive y 1/3 en peligro de extinción.

El agua dulce y apta para el consumo se reduce debido al cambio climático y la contaminación.

Además, un tercio de los acuíferos del Planeta, de las aguas subterréneas de que se nutren ríos y muchos ecosistemas, se agotan rápidamente debido a la sobre-explotación.

A ello sumar que el agua de los ríos está perdiendo oxígeno y ecosistemas, debido al gran número de embalses y la construcción de otras infraestructuras. Existen en el mundo 50.000 grandes represas que afectan a dos tercios de sus ríos, incluyendo los mayores, que eran grandes sistemas y lugares de vida: en los últimos 40 años, los ecosistemas de agua dulce han perdido el 50% de sus poblaciones y el restante tercio de las especies de peces de agua dulce están amenazadas de extinción. Pero además los proyectos continúan. El último ha sido Ilisu en el Kurdistán bajo administración turca que bloquea en su cabecera las aguas del Tigris que recorre Iraq, una zona afectada por la sequía y desertificación, y muy afectada por las guerras.

Pero además, junto a la desaparición de biodiversidad y biomasa, la reducción del agua, muchos recursos están tocando a su fin como es el caso de los combustibles fósiles. El petróleo ya llego a su pico en 2010 y ahora empieza a disminuir su extracción y por tanto también sus reservas. Pero ese es el caso también del resto de minerales fundamentales para la economía capitalista como el oro y la plata, u otros como el cobre. Esa es la situación de todos los minerales: el peak all, el pico de todo.

Esta debacle del Planeta de origen humano, se ha intensificado por el neoliberalismo, en esta última fase en que ha intensificado el extractivismo, la extracción de recursos naturales a gran escala, su procesamiento a gran escala y su consumo a gran escala, posibilitadas por el uso de combustibles fósiles hasta ahora baratos, y al siniestro uso de la deuda para expoliar a países y comunidades, y contaminarlos.

Pero la escasez de recursos tiene otras consecuencias trágicas para el Planeta: el que avance la frontera extractivista, el que se busquen y extraigan nuevos lugares, dejando otros totalmente devastados. También el que se empleen métodos cada vez más violentos y tóxicos, como la minería a cielo abierto que extrae todo lo existente en un territorio en busca de mineral de presencia microscópica, y generando toneladas de residuos (relaves): solo en Chile existen 537 millones de toneladas de relaves (según la minería de hierro, una tonelada de residuo por tonelada de hierro extraído). O el fracking y petróleo de arenas bituminosas que operan casi de forma idéntica, además de usando cientos de químicos (500 en caso del fracking) produciendo muchos residuos y muchos riesgos e impactos. Estas fórmulas además de su extracción total del subsuelo, producen miles de derrames tanto de los recursos extraídos (petróleo, gas), como de las sustancias usadas para su separación (químicos, cianuro, mercurio), como de aguas residuales y relaves (residuos tóxicos mezclados con químicos y metales pesados). Los casos más dramáticos fueron los ocurridos en Mariana y Brumadinho en Brasil, en 2015 y 2019 respectivamente, ambos relacionados con la minería a cielo abierto de hierro.

Todos estos impactos se suman a los de la industria petrolera, gasista y minera que también avanza en territorios de difícil acceso (aguas profundas mar adentro, selvas, ártico, etc), en el caso de las selvas, además de gran valor en biodiversidad y de gran valor para paliar la emergencia climática, etc. También se suman a derrames en ríos y mares con un gran impacto ambiental.

Igualmente, la agricultura industrial es la otra gran demandante de tierra y agua, y gran responsable de deforestación: los grandes monocultivos de palma africana, o soja, y también de eucalipto para pasta de papel o maderas sintéticas, y otros. Muchos de esos cultivos tienen a su vez como objetivo la producción de combustibles, por lo que desde hace tiempo, lo que se planteaba como alternativa al cambio climático, o incluso ecológica, ha dejado de serlo.

Y muchos de esos cultivos tienen a su vez como objetivo la alimentación de ganado. El ganado a su vez requiere mucho espacio, por lo tanto mucho territorio. La inclusión de proteína animal en la dieta se incrementa cada año a nivel global y con ella también los impactos ambientales, muchos de ellos en países del Sur Global desde donde se exporta a los países enriquecidos. En esos países el aumento de la producción ganadera conlleva deforestación, contaminación y cambio climático (pesticidas, metano de excrementos, etc), desechos animales, (ab)uso de agua y tierra, etc, así como los efectos asociados a estos, como aumento de temperaturas, desertificación, fenómenos climatólogicos extremos y otros, en el caso de la emergencia climática. Si el aumento de la población mundial es un problema, también lo es el del ganado criado: la población mundial en 2017 era de 7.400 millones de personas, mientras que el ganado era de 998,3 millones de cabezas (5 países tienen más ganado que personas: Uruguay, Nueva Zelanda, Argentina, Australia y Brasil (226 millones de cabezas!!)).

Esta sensación de irreversibilidad planetaria, de debacle antropogénica, no nos es nueva. Durante décadas hemos vivido con el terror (más o menos asumido o eludido) de que el Planeta explotara en pedazos en cualquier momento debido a la escalada armamentística y nuclear. Lo cierto es que pese finalizar la guerra fría, pese a la relajación y la firma de acuerdos, este riesgo no se ha reducido, porque su fabricación no ha cesado, porque el surgimiento de nuevas competitividades globales y conflictos, y por la presencia en el poder de personas con serias limitaciones cognitivas, y con capacidad decisoria sobre su uso.

Surgen otros problemas, o de repente son conocidos, y nos relajamos con estos problemas anteriores, pero no quiere decir que estén superados. Persisten. En el caso nuclear, sobre todo porque además de existir todavía la amenaza de las armas, existe también la de los reactores nucleares, que son verdaderas bombas de relojería, como han demostrado, con efectos de una escala terrible. Hace tiempo que por su escasa rentabilidad (si de verdad se suman todos los gastos asociados a su producción: residuos, seguridad, desmantelamiento, etc) y su alto riesgo, no se construyen más (o tantas) centrales nucleares. Lo que quiere decir que las existentes son muy antiguas, y que además su cierre queda supeditado a los antojos de las eléctricas y los gobiernos (obviamente, una vez funcionando y produciendo tantos beneficios, es muy goloso el mantenerlas), como ya experimentamos en el estado. Pero la cruda realidad es que en el mundo existen todavía 440 reactores, concentrados en unos pocos países. A ellos tenemos que añadir la necesidad de suministrarles combustible, de extraer uranio, de enriquecerlo, de almacenar sus residuos, etc.

De iniciarse la energía nuclear con un objetivo militar, pasó a usarse también en la producción eléctrica. Pero las pruebas, accidentes y las toneladas de desecho, han afectado radioactivamente a muchos territorios y su vida. Se calcula que sólo en Europa (excluyendo a Rusia y Eslovaquia) se producirán alrededor de 6,6 millones de m³ de desechos nucleares (en relación al periodo de vida previsto para sus reactores). Desastres como el de Chernobyl o el de Fukushima contaminaron con radiación a un gran radio de distancia, y en el caso de la última también en el océano. Estamos sometiendo al Planeta a grandes dosis radiactivas.

El Planeta es una bola de energía, en la que se incluye también la radioactiva. Pero el ser humano desarrolló la energía nuclear a niveles desconocidos en el Planeta, y con ella, efectos también desconocidos en la Vida. También estamos creando grandes campos electromagnéticos de origen antropogénico, que interfieren en el funcionamiento de nuestro organismo, pero también en el del resto de seres vivos. Estos son producidos por el transporte de electricidad mediante líneas de alta tensión, o la radioactividad emitida por tecnología utilizada en sanidad, o en el hogar por hornos microhondas o telefonía móvil, wifi, etc, siendo la nueva tecnología inalámbrica un incremento considerable de radiación de radiofrecuencia desde antenas y a su vez desde satélites con efectos que ya estamos padeciendo. Siendo la nueva radiación de radiofrecuencia 5G de un nivel superior, se añade además a las ya existentes (2G, 3G, 4G y wi-fi) que desde varios estudios se asocian con el cáncer y, por tanto, con otros efectos en los ecosistemas.

El ser humano, su peor enemigo

En realidad, el impacto en el Planeta no es sólo en el ámbito natural, sino en el humano también. Si es que se pudiera disociar, porque si antes ya era claro, ahora, tras la pandemia del Covid-19, es más evidente que nunca la interrelación y la necesidad que los humanos tenemos de la Naturaleza. Pero en sí demuestra la estupidez humana, que habiendo desarrollado tanto conocimiento, aptitudes tecnológicas, etc, es capaz de hacer esto con ese Planeta en el que vive y del que depende, y hacerlo también a otros semejantes, por la única razón de la codicia, envidia, acumulación y egoísmo.

Este modelo extractivista no para en concesiones con el medio ambiente pero tampoco con otras personas, con las personas que habitan los lugares en que se encuentran los recursos, que dependen de estos o que guardan un vínculo con esos lugares por generaciones. Las guerras son la expresión mayor y más brutal, produciendo la muerte indiscriminada de personas de todas las edades y género, sólo con el fin de acceder a recursos, y para ello a territorios, para su extracción o para el transporte de estos. La guerra de Vietnam, de Afganistán, de Sudán, de Iraq, de Congo, de Libia, de Nigeria, las actuales de Yemen y Siria, o antes las mundiales, tuvieron como objetivo el controlar territorio y recursos, pero sobre todo los accesos. Los grandes conflictos de Colombia, Guatemala, masacres que tiene como fin el vaciar territorios, desplazando a la población para controlar territorio y recursos.

Pero además de guerras, ocurre mucha otra violencia en el Planeta de otro carácter, como persecución o conflictos de más baja intensidad, aunque en ocasiones de más larga duración. En muchos casos, la diferencia cultural es utilizada para discriminar pero también para perseguir, o para controlar territorio y recursos. Como decíamos en el inicio, el Planeta carece de fronteras, de divisiones, si bien es un principio básico de los derechos humanos el que cada persona pueda permanecer donde habita y disfrutar del ecosistema correspondiente y sus recursos, esto muchas veces es alterado sobre todo si empresas o grupos más fuertes requieren su espacio o recursos. Normalmente las minorías sufren discriminación, y entre ellas la más alarmante es la de los pueblos indígenas, por pertenecer por siglos al lugar en el que habitan y por haber sufrido en muchos casos una historia de genocidio, exterminio cultural, y violencia, y por ser en muchos casos los pueblos que de verdad viven en armonía con el medio y los que lo defienden del capitalismo. El genocidio iniciado hace siglos en Abya Yala (América) y África continúa. El ecocidio correspondiente también tiene un efecto en esos pueblos. A muchos pueblos indígenas, no les ha quedado más remedio que abrazar el capitalismo, pero no les gusta lo que ofrece, que para ellos no es nada, más que incorporarse a las filas de la miseria. Muchos se suman a la resistencia política. Otros pocos permanecen sin contacto, escondidos en su territorio y ecosistema.

Este modelo neoliberal incide sobre manera en la desigualdad social, fortaleciendo a las empresas transnacionales, para las que las instituciones civiles se ponen a su servicio, y eliminando derechos sociales, laborales y servicios públicos. Las empresas transnacionales, en su afán por multiplicar sus beneficios, promueven la privatización de servicios y empresas públicas, pues supone apoderarse a bajo precio de empresas ya creadas y en marcha, que se crearon con una necesidad, la cual perdura, con lo que se garantiza la inversión desde las instituciones. Beneficio asegurado. Por otro lado, la privatización de servicios y empresas públicas, excluye de estos a las clases menos pudientes, con lo que incrementa a los excluidos.

Si las empresas transnacionales (ETN) son las que se benefician de todo esto, entre ellas tenemos que incluir también a los grandes bancos, y a los fondos de inversión, y fondos buitres, etc. Estos financian los proyectos y empresas que causan todo esto, con lo cual se benefician también, pues cobran intereses a los créditos millonarios otorgados. Estas se revisten de lenguaje ético con el que distraer la atención y las críticas, pero queda demostrado que no tienen ningún escrúpulo. Especulan con proyectos, tierras, con ecosistemas y territorios de otras personas con el único fin del lucro. Para ello también utilizan muchos mecanismos deplorables como los paraísos fiscales, los lobbies, tratados de libre comercio, etc, el beneplácito de los gobiernos, las puertas giratorias, etc. De todas ellas, ETN y bancos, decir que los principales beneficiados son sus consejeros (CEOs) pero sobre todo sus directores, que se embolsan sueldos estrastoféricos, los verdaderos beneficiados de tanto desastre, y también los accionistas, que por unos dividendos asumen la vileza de estas empresas.

A nivel laboral, además de monopolizar unas pocas empresas y bancos la economía, en el periodo neoliberal se intenta -y se consigue en muchos aspectos, fases y lugares-, el reducir los derechos de las personas trabajadoras. Se impone la tercerización como forma de contratar sin comprometerse a respetar derechos, y así se consigue imponer más horas de trabajo, menos sueldo o incluso el impedir la afiliación salarial; se imponen los contratos temporales o se contratan trabajadores foráneos a bajo costo. Cuando esta flexibilización no es suficiente para los intereses capitalistas, la fórmula es la externalización, la transferencia de la producción a países con condiciones todavía más favorables para la producción de beneficios y las condiciones laborales peores. En muchos casos les basta con situar esa producción al otro lado de la frontera, porque para eso las fronteras sí son buenas: para controlar y proteger las riquezas y aumentarlas. Las famosas maquilas de Latinoamérica (México), ahora extendidas también en Marruecos (al otro lado de la frontera española) y muchas otras.

Así la destrucción del Planeta va además pareja a una mayor concentración de riqueza y de poder, y como consecuencia de desigualdad. El 1% más rico del mundo tiene más del doble de riqueza que 6.900 millones de personas. La industrialización que se justificó como forma de aumentar la producción y así superar las desigualdades y la pobreza, o la “revolución verde” (industrialización agrícola) con sus masas deforestadas, o el aumentando la superficie de tierra destinado a uso agrícola y minero, la mayor capacidad de transportar bienes, así como las revoluciones tecnológicas e informáticas, no han contribuido a paliar la pobreza sino que ha servido para aumentarla, porque todo ello sólo se ha puesto al servicio de los poderosos.

Este año (2020) se anunciaba la existencia del primer billonario1 (Jeff Bezos). Mientras más de 3.000 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, vive en extrema pobreza, con menos de 2,50 dólares al día (de ellos más de 1.300 millones con menos de 1,25 dólares al día – el 80% de la población mundial vive con menos de 10 dólares al día) y 805 millones de personas del Planeta no tienen suficiente comida para comer. Se necesitarían 60.000 millones de dólares anuales para acabar con la extrema pobreza mundial, menos de un cuarto de los ingresos de los 100 multimillonarios más ricos. Existen 1.645 milmillonarios en el Planeta con una fortuna total acumulada de más de 6 billones (millones de millones). Pero aquí también llama la atención su procedencia ya que de las 100 personas más ricas del mundo, 37% son de EEUU, 19% son de la Unión Europea, y 9 % son de China. En los últimos años, China se ha introducido con fuerza en la economía mundial, pero por lo demás, no tenemos más que la continuación del legado histórico imperialista, eurocentrista. O mejor dicho, su apogeo.

Porque esa concentración de la riqueza tiene lugar como resultado de un proceso histórico de expolio y engaño que se remonta a la época colonial y que perdura en nuestros días por una serie de mecanismos como la deuda, tratados de libre comercio (“libre” en el nombre, para las grandes empresas, porque esos tratados solo pretenden “atar” a los personas, ecosistemas, etc) y los dictados de las instituciones financieras internacionales. Obviamente a ello se suma la riqueza, el desarrollo industrial y el control de recursos y financiero.

Dentro de los países industrializados también esa diferenciación económica se ha hecho más ostensible. En ello inciden la privatización y monopolio empresarial, pero también la introducción de los condicionantes laborales citados, de la precarización.

Esa precarización laboral afecta de manera mayor a la mitad de la población: las mujeres. Si analizamos los procesos citados desde una perspectiva feminista que no naturaliza la división sexual, constatamos que en cualquier contexto la brecha de género es transversal: la discriminación por género va unida a todas las demás discriminaciones (económica, geográfica, étnica, laboral, sexual, cultural, etc). No se trata sólo de actitudes sexistas o de discriminación social; todo el sistema capitalista, hoy neoliberal, está basado en una discriminación estructural de las mujeres y de los roles que tradicionalmente le han sido adjudicados. La distinción entre trabajo y empleo, ha de ser retenida para poder visibilizar que la economía se sustenta sobre y por una ingente cantidad de trabajo que no es remunerado.

En cuanto al mercado laboral (empleo), llas mujeres son las más explotadas y las más perjudicadas, con una tasa de desempleo mayor que las de los hombres, ya que la ocupación de las mujeres es del 49%, mientras que la de los hombres es del 75%. Eso en el caso del estado español: en Colombia (sólo por tomar un ejemplo) esos números se doblan.2 Pero eso sólo si nos atenemos al trabajo regularizado, porque sorprendentemente, los trabajos de re-producción, no se incluyen en la producción económica. Las mujeres realizan más trabajo sumergido (17%, mientras que en los hombres es el 12,7%). Se estima que el trabajo de cuidado no remunerado realizado por las mujeres es de 10.800 millones de dólares al año, tres veces el tamaño de la industria tecnológica. Consecuentemente, esta discriminación se refleja en el reparto de la riqueza, con los hombres poseyendo a nivel mundial el 50% más de riqueza que las mujeres, y situaciones tan obscenas como que los 22 hombres más ricos tienen más riqueza que todas las mujeres de África.

Todo ello, pese a que están mejor preparadas, contabilizando por un 29,3% frente al 28,1% de los hombres. Este hecho demuestra claramente una clara y enorme discriminación que se extiende en todos los campos del ámbito laboral, como en los sueldos (menores sueldos para mujeres) o en el acceso a puestos de responsabilidad, y en la menor valoración material y simbólica de los sectores de empleo feminizados.

Sin duda, en esta realidad, entran factores que agudizan ese sexismo y esa violencia, que además de ser culturales (inculcadas por medios de comunicación, educación, cultura (pornografía, videojuegos, cine, canciones, etc), corresponden también con factores económicos, sociales y laborales, como la desestructuración social, comunitaria, familiar, desempleo, falta de servicios, etc, en las que, obviamente, también intervienen a su vez otros factores como la degradación ambiental, la desaparición de ecosistemas y deforestación, o la exclusión al acceso de la tierra, o la desaparición de biodiversidad o la crisis climática.

A este respecto, añadir también, que como plantean el ecofeminismo y el feminismo comunitario, ese sexismo heteropatriarcal corresponde con la misma forma de entender a la Naturaleza, el Planeta, como algo de lo que sacar provecho, en lugar de algo a lo que pertenecemos, de lo que dependemos, que es origen de nuestra vida personal y colectiva, generador de vida, así como nuestra propia vida, y algo que precisamos respetar y honrar. Por ello también, en los últimos años, como reacción a esta situación, no sólo se da un auge del movimiento feminista a nivel mundial, sino también del movimiento ecologista, del movimineto comunitario o anti-extractivista desde perspectivas feministas, o de grupos exclusivamente formados por mujeres.

A este respecto, tenemos que incluir también un aspecto normalmente incluido entre aquellos males que sufre el Planeta, como es el de la super-población. En esta época de propuestas maltusianas, asociadas a esta reciente pandemia y a sus posibles orígenes, como los de anteriores enfermedades, a las propuestas de Bill Gates de control poblacional, etc, creemos que, como ya hemos expuesto aquí, el ser humano somos el mayor problema que enfrenta el Planeta, y obviamente, el ser muchos no ayuda. Pero, como también hemos argumentado aquí, entendemos que el problema reside en los valores y del estilo de vida que actualmente se han impuesto, y no tanto del número de habitantes. El problema es el desear o el consumir todos productos que conllevan -pese a que no se refleje en sus precios- tantos recursos naturales, tantos impactos ambientales, en lugar de llevar una vida más sostenible. El capitalismo ofrece, vende a través de su incesante publicidad, la idea de un estilo de vida, de un consumo que no es sostenible.

Actualmente somos 7.800 millones de personas, y cada una necesitaríamos una hectárea de tierra para satisfacer nuestras necesidades. Pero vemos que los usos de la tierra se han modificado para el extractivismo (minería, petroleras, monocultivos), para agricultura industrial de exportación. Las pautas de consumo también se han modificado, con la introducción de más carne y pescado en las dietas, con más alimentos procesados, o con la introducción de formas de transporte individual motorizado, con el turismo, etc, que precisan mucha tierra y recursos. Y además, mucha tierra esta siendo perdida por contaminación y desertificación.

Pero unido a todo ello, presenciamos el gran derroche, la ingente cantidad de alimentos desechados en el mundo, así como otros productos. Según la de la FAO (ONU), se pierde cada año 1.300 millones de toneladas de alimentos. Además de la pérdida de tierra, esa mayor demanda conlleva una pérdida de ecosistemas y biodiversidad y múltiples impactos ambientales. Ni que decir que ese derroche y desecho no sólo de alimentos, sino de otros productos y recursos, se concentra en los países enriquecidos, que además son los que más recursos importan y extraen del resto del Planeta.

El extractivismo, es una versión del capitalismo en la que la extracción de recursos para la exportación es impuesta para paliar las deudas, y que se impone a derechos ambientales y humanos. Detrás del extractivismo se halla la codicia y el ansia por enriquecerse de unos pocos. El extractivismo se considera de interés nacional, por lo que transciende cualquier regulación, ley o la propia constitución de los países. Se impone, como en tiempo colonial, a punta de pistola. Al expandirse la frontera extractiva, invade espacios habitados, ecosistemas, espacios protegidos tanto para la vida como para pueblos originarios (incluso teóricamente protegidos!!). La oposición será enfrentada por las empresas, por el capital, con violencia. Fruto de esta situación, tenemos el ingente número de personas defensoras muertas. Defensoras de la Vida, por ser ese su ecosistema, por creer en él, pero también, por su parte en la biosfera, por depender de él. Y defensoras por defender sus pueblos de las amenazas extractivistas: acorralamiento, perdida de tierras, desplazamiento, fumigaciones, acoso militar, etc. 168 defensores del medio ambiente fueron asesinados en 2018. Más de 1.500 en 15 años. Añadir a ellas los miles los activistas muertos a nivel social. Y en este apartado, también tenemos que incluir la violencia contra la mujer, contra la mujer activista, como otro factor añadido.

El extractivismo provoca los desplazamientos de las personas y también la violencia que resultan en la salida de las personas de sus países. Pese a proponerse como soluciones a las crisis económicas, el extractivismo solo supone expolio, que redunda en la deuda y la pobreza de esos países, así como en la pérdida de recursos y de control económico que provoca la salida de personas a otros países a buscar mejores condiciones de vida. Por otra parte, la acumulación de capital y producción de los países ricos, unido a su reducción de natalidad, supone una necesidad de mano de obra. La acumulación capitalista genera condiciones más positivas para ésta, con lo que se crea una inercia de enriquecimiento de unos países a la vez que de empobrecimiento de otros.

El enriquecimiento de unos pocos países llama la atención de los desheredados de los países pobres, que acuden atraídos a estos. Sin embargo, en estas sociedades también se desarrollan sentimientos contrarios a esta personas basados en falsos supremacismos históricos, y también en las desigualdades y exclusiones existentes en los países enriquecidos (paro, pobreza, etc) que se materializan en forma de racismo y fascismo. Porque no podemos olvidar que la raza-etnia es una de las variables que utiliza este sistema para subordinar y explotar a la población. En los países colonizados históricamente, nuevas élites e instituciones prolongan hoy los sistemas de exclusión y opresión, y que es urgente decolonizar.

También en esos países enriquecidos, amparada por hipocresía política y económica de los gobiernos, en un arraigado racismo institucional y social histórico de clara índole capitalista,

se ampara actualmente un sistema de esclavitud en su cadena de producción más básica y que se nutre de estas personas migradas: maquilas, jornaleros, etc. Estos son mano de obra desechable, porque debido a su abundancia, las transnacionales y oligarcas pueden prescindir de ellas: siempre hay más a los que recurrir. Y así también se controla su acceso: los muertos en el Mediterráneo tratando de llegar a Europa, en la frontera de EEUU con México, en los campos de refugiados, en los controles fronterizos de Libia, Turquía, etc, al igual que en las grandes plantaciones de las transnacionales agrícolas, muestran cuánto aprecian estos gobiernos a esas personas.

Queremos insistir en que todas estas violencias (social, laboral, económica, racial) están cruzadas por la brecha de género, y son las mujeres las que más las sufren. Pero también, sin olvidar que tal y como nos señala la perspectiva interseccional, no a todas las mujeres nos golpea de la misma forma y con la misma fuerza. La variable sexo se articula a su vez con otras (raza, clase, edad, identidad sexual, capacidad física-psíquica, etc.) para crear específicas formas de discriminación y violencia hacia las lesbianas, hacia las migradas, hacia las racializadas, las pobres o las que tienen diversidad funcional física o psíquica.

Otro nivel de discriminación ocurre con el colectivo LGTBI+, por lo que a las discriminaciones antes citadas se añade además la de su identidad sexual. Como en el caso de la mujer, la discriminación que sufre el colectivo LGTBI+ es generalizada, pero sí adquiere niveles distintos de acuerdo el lugar, la situación política y económica, sufriendo en muchos casos desde persecución a violencia física en todos sus formas.

El modelo neoliberal heteropatriarcal, pese a los avances de conocimiento, de educación, a los avances aportados por el movimiento feminista y LGTNI+ durante años de lucha, refuerza el rol del hombre heterosexual (sobre todo en esos lugares donde se impone el extractivismo) incidiendo en la exclusión social de la mujer . Lo que unido al deterioro social, a la destrucción del tejido comunitario y muchas veces también familiar, provoca un resurgimiento del machismoy la homofobia. Así, tiene lugar un auge alarmante de la violencia contra la mujer tanto en la calle, como dentro del hogar por sus propias parejas (u otros familiares). Las diferentes violencias que afectan a las mujeres con impactos diferenciados, van desde la violación individual a los genocidios y violaciones masivas como arma de guerra como en el caso de Guatemala y otros.

Pero además, tenemos que el capitalismo, además de desigualdad, desempleo, miseria, hambre, etc, genera frustración, desestabilización, fracturación del tejido social y con ello violencia. Además, desde los medios de comunicación y de cultura de masas, se regocija en esa violencia, fomentándola aún más. Según la OMS 520.000 personas murieron en el 2000 en el Planeta a causa de violencia. Igualmente tenemos que la única (o más empleada) forma de coacción ante el crimen en la sociedad capitalista es el encarcelamiento, y en algunos lugares castigos físicos e incluso tortura y pena de muerte. El sistema penitenciario es también un gran negocio, que lejos de contribuir a solucionar problemas sociales los empeora. La población carcelaria crece también cada año: en 2018 era de 11 millones de personas (solo en los EE.UU. más de dos millones).

En el caso del extractivismo, la conexión entre las violencias sociales y ambientales es clara. En las demás también, porque la destrucción ambiental, la contaminación, los crímenes contra el Planeta son tan sólo uno de los aspectos criminales del capitalismo. La lucha por el Planeta conlleva un cambio de paradigma, un cambio de modelo no sólo a nivel ambiental, sino también humano.

Por ello creemos que podemos enfocar nuestra lucha en un aspecto concreto, pero sin perder nunca la perspectiva de que el problema es más amplio que el aspecto ambiental. El problema es global. El problema es un sistema capitalista que ha conseguido desarrollarse de una forma sofisticada y cruel y cuyos efectos a todos los niveles son terribles, para el medio ambiente, pero también para otros miembros de la especie humana.

En este momento y en esta situación sólo cabe la desobediencia a las instituciones que alimentan y sostienen este sistema, la desobediencia al estado. La desobediencia no violenta es la preferible porque es más aceptable, porque causa menos daños a terceros y porque como resultado nos puede costar menos daños a nosotras y a nuestros movimientos, puede ser menos contraproducente. Pero en la actual situación es imposible juzgar a aquellas personas que vayan más allá, porque sobre todo como decimos, están en juego sus territorios, sus medios de vida, sus economías, los ecosistemas de los que dependen, que aman o que incluso tienen un valor espiritual para ellas, y también están en juego sus propios cuerpos. “La autodefensa no es ofensa”, dicen en inglés (“Selfdefense is not offence”). Y Malcolm X, usó una frase de Frantz Fanon: “by any means necessary” (por todos los medios necesarios).

Por eso también nuestro compromiso a denunciar la represión, a los gastos cada vez mayores en ejércitos y armamento, al aumento de la fuerza policial y de soluciones policiales, de dependencias penitenciarias. Al aumento de la población presa. A esa vuelta de tuerca legal, que además de leyes anti-terroristas y leyes de seguridad nacional, reducen nuestros derechos a expresarnos y a movilizarnos con leyes mordaza, y similares, con más vigilancia, con más control digital. A esa connivencia entre poder y empresas, entre instituciones y empresas, entre medios de comunicación y cuerpos represivos, creando falsos casos, cargando contra aquellas personas que osan actuar, que osan resistir. Prueban una y otra vez que en cuanto cuestionamos este sistema, sobre todo cuando lo hacemos con argumentos, con acciones, probando otras formas, sólo les queda hundirnos con represión. Por eso nuestro compromiso con esas activistas criminalizadas, juzgadas, encarceladas, ejecutadas.

El Planeta está en estado crítico, y las empresas y los gobiernos sólo pretenden continuar el expolio y su degradación. La organización para la construcción de alternativas (la mayoría simples, ya en marcha, históricamente probadas y confirmadas) fuera del sistema es urgente. Nuestra resistencia, nuestra unidad y solidaridad internacional son la única salida. Nuestra educación y la de las futuras generaciones es también fundamental, para cambiar los valores en los que se sustenta este desastre y cambiar nuestra cultura, así como una espiritualidad que nos ayude a valorar la Vida y su importancia para nosotras y las demás. En una época de avance tecnológico y exceso informativo, urge informar de lo que verdad importa.

1En vocabulario anglosajón se presenta como “trillonario”

2Cifras de la International Labor Organization. Por otro lado, en el estado español la tasa de desempleo de las mujeres es de 9,96%, mientras que la de los hombres es de 7,57%. En Colombia (sólo por tomar un ejemplo) el desempleo de las mujeres es el doble que el de los hombres, y en los países árabes la discriminación es mucho mayor siendo un 16% más que la de los hombres.

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