Rocío Silva-Santisteban
Fotografía: Pedro Castillo decreta el estado de emergencia para reprimir a pobladores de zonas mineras
Amanecen las calles mojadas por la garúa de la noche y el alma asmática de Lima nos recuerda que son fiestas patrias. Quizás en algunas risueñas playas y (cada vez menos) cumbres nevadas el cielo sea brillante y azul. En la capital el clima es una metáfora de la grisura y nubosidad de nuestra política.
No espero nada del mensaje presidencial. Han pasado 365 días de un gobierno en el que, muchos y muchas, pusimos ciertas esperanzas. Obviamente no por ser de izquierda –desde el primer día califiqué a Castillo como nacional populista—ni por tener una especial consideración por las mujeres, que le somos indiferentes; sino por ser el gobierno de un maestro y rondero, dirigente sindical, emergiendo desde los sectores marginados del país, fuera de la ciudad letrada y de las élites. Por eso, quien viene de esa extracción de clase, traiciona con mayor daño e impacto moral a los grandes sectores marginales.
Si fuera un 28 de julio normal para analizar políticas públicas diría que las tres propuestas que destaco como positivas de este gobierno son la atención prioritaria a las ollas comunes, la propuesta de Ley del Sistema Nacional de Cuidados y la reforma de la sindicalización y huelga. A su vez, que las tres peores son continuar con el mismo modelo de desarrollo extractivista sin apostar por un cambio de matriz energética; callar ante los avances del congreso ultraconservador sin observar leyes que perjudican el enfoque de género y la falta de implementación de la mal llamada segunda reforma agraria.
Pero nos encontramos ante una entropía política. Un cáncer moral que nos arrastra por una pendiente abisal. Esa entropía está formada por la tremenda incompetencia de gestión del Estado, los serios indicios de corrupción en las más altas esferas del Poder Ejecutivo; el golpismo del Poder Legislativo (ahora con un violador sexual entre sus miembros), cuyos actores de derecha e izquierda no escatiman en pactar con quien sea por sus intereses subalternos, blindando a corruptos y homenajeando a violadores de derechos humanos. Por eso, el discurso presidencial fue solo la lectura de una lista de lavandería, sin trascendencia, porque calla ante los desafíos de estar en medio de una seguidilla de denuncias fiscales, acusaciones de cohecho, familiares enlodados, exfuncionarios y ministros con orden de captura y el rastro de 20 mil dólares encontrados en un baño de palacio de gobierno.
No podemos permitir el golpismo ansioso de la derecha con sangre en el ojo. Pero, tampoco, por ser «dizque de izquierda», o por venir de abajo, debemos quedarnos callados ante la abyección del gobierno que tanto daño le hace a las izquierdas, y a quienes tuvieron esperanza. Se vienen tiempos oscuros; habrá que volver a luchar contra los buitres de toda calaña y clamar ¡que se vayan todos!
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