El legado de Gustavo Esteva

Goian bego Gustavo Esteva (Mexiko hiria, 1936 – Oaxaca, 2022-3-17)
El activista e investigador Gustavo Esteva, fundador de la Universidad de la Tierra de Oaxaca, murió este 17 de marzo a los 86 años de edad. Dedicó su vida a analizar y superar problemas del desarrollo, la agricultura y la preservación de la tierra. Es autor, coautor o editor de más de 40 libros y más de 500 ensayos y miles de artículos en periódicos y revistas. Ejerció la docencia en la Universidad Nacional Autónoma de México. Esteva fue seguidor de Iván Illich y  asesor de los zapatistas en sus negociaciones con el gobierno mexicano. Vivía en un pequeño pueblo zapoteco de Oaxaca, en donde cultivaba su propia comida.

Un camino hacia la libertad

Por Gustavo Esteva (Publicado por Radical Ecological Democracy) (English)

Se puede decir que el subdesarrollo me afligió a los 13 años. El 20 de enero de 1949 me convertí en subdesarrollado junto con otros dos mil millones de personas del mundo no occidental, las antiguas colonias, cuando el presidente Truman asumió el cargo y adoptó la palabra como emblema político de la hegemonía estadounidense.

Pero no éramos subdesarrollados y teníamos nuestras propias ideas sobre cómo debían funcionar y evolucionar nuestras sociedades. Para Gandhi, por ejemplo, la civilización occidental era una enfermedad curable y no quería nacionalizar el modelo de desarrollo británico en la India independiente. En su lugar, abogó por el Hind Swaraj. La visión de Gandhi para la vida de la India después de la independencia se basaba en los valores de la frugalidad, el despilfarro mínimo, la interdependencia comunitaria, el rechazo del deseo materialista y el respeto por el ecosistema. Del mismo modo, Cárdenas, en México, había observado de cerca la última crisis capitalista y soñaba con un país de ejidos y pequeñas comunidades industriales, electrificadas y con saneamiento. Quería que la tecnología se utilizara para reducir el trabajo de los hombres y no para la llamada sobreproducción. Tratábamos de seguir por fin nuestro propio camino tras siglos de colonización.

Ser «subdesarrollado» es muy humillante. Ya no puedes confiar en tu propio olfato ni soñar tus propios sueños. Además, el «desarrollo» lleva implícita la fascinación por el otro. La hegemonía estadounidense fue universalmente reconocida después de la guerra. El cine era su herramienta preferida y el American Way of Life representado en las películas era algo cercano al paraíso. Y, entonces, el presidente Truman se ofreció a compartir los avances científicos y tecnológicos estadounidenses para que los desarrolláramos, para conseguir todas esas bondades. No eran sólo nuestros líderes los que querían el desarrollo; todos lo queríamos: para nosotros, para nuestras familias, para nuestros países. Queríamos soñar el sueño americano y disfrutar del American Way of Life, la nueva definición de la buena vida.

El desarrollo fue la principal expresión de posguerra del ethos neocolonial asociado a la promoción del capitalismo. Absorbió y reformuló todos los modos de producción precapitalistas a través de una yuxtaposición muy exitosa de formas físicas y psicológicas de coerción, el uso simultáneo de la fuerza pública y de todos los medios de manipulación y educación. La idolatría del   desempeñó un papel central, especialmente cuando se transformó en un modelo de sociedad universalmente sancionado.

Los primeros años

Esta narrativa en desarrollo también tuvo un impacto en mi vida. Mi padre murió cuando yo tenía 16 años. Obligado a trabajar para el sustento de mi familia, empecé como oficinista en un banco. Pronto me ofrecieron la oportunidad de formar parte de la primera generación de la emergente profesión de la administración de empresas en México. Tuve un éxito espectacular y en poco tiempo ocupé puestos directivos en Procter & Gamble, IBM, otras empresas mexicanas y finalmente mi propio despacho profesional. Pero, cada vez me sentía más incómodo con mi carrera. No estaba en el centro de la epopeya del desarrollo, como me habían prometido, sino en un lado, y encima no en el mejor. Me despidieron tanto de Procter como de IBM, porque me negué a hacer lo que me habían ordenado: engañar a los trabajadores y a la comunidad. Me vi obligado a abandonar mi profesión cuando tenía 24 años. Estaba claro que no podía llevar una vida decente en el mundo empresarial.

Gustavo Esteva representando a México en la Conferencia Mundial de la Alimentación de la FAO de 1974

Los movimientos sociales en México y la llegada triunfal de Fidel a La Habana en 1959 me atrajeron hacia otro camino. Me convertí en izquierdista, luego en marxista-leninista y finalmente en aspirante a guerrillero. Para nosotros, en América Latina, el Che Guevara no sólo era un icono y un imperativo moral, sino también el modelo práctico a seguir. Sin embargo, mi proyecto guerrillero se derrumbó en el mismo inicio, cuando uno de nuestros dirigentes mató a otro aspirante al liderazgo en un crimen pasional y por celos.

Nos enfrentamos a la violencia que estábamos interiorizando y que queríamos imponer al resto de la sociedad. Eso no significó que abandonáramos nuestros sueños de desarrollo y revolución, sino sólo las herramientas de un levantamiento armado. Como el propósito de la guerrilla era tomar el Estado, entramos en el gobierno.

A principios de los años 70, con un presidente populista al frente, adquirí mucho poder burocrático en el gobierno mexicano. Organicé magníficos programas de desarrollo, movilizando a millones de personas, tanto en las ciudades como en el campo. Dado el éxito de esos programas, estuve a punto de ser ministro de la nueva administración en 1976. En lugar de ello, renuncié. Para entonces, sabía al menos dos cosas: que el desarrollo podía ser muy perjudicial y que el Estado que debíamos ocupar para nuestra revolución era una herramienta muy violenta de dominación y control, y bastante inútil para lograr la justicia social y la emancipación.

Mi historia en los años 70 ilustra la lección que aprendimos en esos años en todo el mundo. Creíamos que el cambio que queríamos era posible utilizando las instituciones existentes y bajo el liderazgo de unos pocos estadistas que gobernaban algunos de los países clave. Sin embargo, la Comisión Trilateral, una contundente representación de la hegemonía occidental, tenía ideas diferentes y dio paso a los planes y políticas que luego se conocieron como globalización neoliberal. Como dijo Chomsky, la comisión quería empujar «al pueblo a la pasividad y la obediencia para que no pusiera tantas trabas al poder del Estado». Fuimos derrotados de forma contundente.

Repensar el desarrollo

Tras dejar el gobierno, me embarqué en mi carrera de ONG y colaboré con algunos amigos para fundar organizaciones de base. Al principio, supusimos que sin la interferencia burocrática la noción de desarrollo seguía teniendo algún significado. Después de dos o tres años de escuchar a la gente de base, aprendimos que lo que les interesaba era la autonomía y el descentralismo, no el desarrollo.

En los años 80, «la década perdida del desarrollo en América Latina», se hizo totalmente evidente que los objetivos convencionales del desarrollo eran inviables. A todos nos enfureció esta conciencia de estar siempre al final de la línea. Algunos decidieron unirse a las filas de los desarrollados dentro de sus propios países subdesarrollados. Pero, para muchos de nosotros, la nueva conciencia fue una revelación: quedó claro que cualquier noción universal de la buena vida es estúpida e irrelevante, incluso si fuera factible; y que seguíamos teniendo nuestras propias definiciones, muy diversas, de lo que significa vivir bien. Estaban en desacuerdo con el sistema dominante, pero eran claramente factibles.

En los años 80, el movimiento ecologista estaba en su apogeo y obligó al mundo institucional a reaccionar. Pero lo hizo de la forma habitual: se creó una Comisión y se adoptó el «desarrollo sostenible» como nuevo eslogan. Desde el principio se vio que no se trataba de sostener la naturaleza y la cultura, sino de sostener el desarrollo, que ya era una bandera deshilachada. Los estadounidenses también lo reconocieron. En el mismo discurso en el que Truman acuñó el subdesarrollo también declaró la Guerra Fría. En 1989, cuando ésta terminó, observaron que el emblema con el que querían estabilizar su hegemonía en 1949 ya no era eficaz y concibieron la globalización.

La globalización neoliberal

El desarrollo sostenible fue bastante eficaz para endulzar el «ecologismo». Lo que comenzó en los años 70, como el contrapunto al capitalismo, se convirtió en otra oportunidad de negocio: la ‘economía verde’. El deseo de contribuir a salvar el planeta se convirtió en una serie de hábitos «sensatos», como producir menos residuos o reducir el uso del automóvil. Sin embargo, no hacían más que eludir la cuestión principal del neoliberalismo, pero, entonces, de eso se trataba. En última instancia, sin embargo, la «economía verde» no hizo más que alimentar la máquina que produce la degradación medioambiental: el capitalismo global, la gobernanza corporativa y el militarismo.

A principios de los años 90, algunos veían la globalización neoliberal como una promesa y otros como una amenaza. Pero casi todos la veían como una realidad, un hecho de la vida. La gente intentaba responder a ese desarrollo mundial de diversas maneras. La respuesta más singular y dinámica fue el levantamiento zapatista, el 1 de enero de 1994. Fue una llamada de atención, reconocida como tal por todos los movimientos antisistémicos desde entonces. Los zapatistas dijeron ¡Basta! ¡Basta! al sistema dominante. Explicaron que la Cuarta Guerra Mundial (la Tercera Guerra Mundial era la guerra fría) ya había comenzado y no era entre países sino contra los pueblos. Dado que el estado de ánimo del capitalismo había pasado de la producción a la desposesión, tenía que cambiar también las reglas del juego. Mientras que el Estado-nación era el escenario tradicional de la expansión capitalista, se había convertido en un obstáculo para el capital transnacional, que comenzó a disolverlo.

Gustavo Esteva participando en el Seminario «Pensamiento crítico ante la hidra capitalista», convocado por los zapatistas en la Universidad de la Tierra en Chiapas, San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México, 2015.

Se había hecho evidente que los tan cacareados principios del derecho y la democracia habían ido involucionando hasta convertirse en conveniencias políticas del capitalismo. Pero, ahora, se habían convertido en un obstáculo para el despojo, que requiere, en cambio, de un estado de excepción, y del uso de la fuerza pública, lo que los convertía en una mera fachada democrática. Y, francamente, era sólo una fachada. Grecia, donde nació la palabra, y los Estados Unidos, donde la democracia tomó su forma moderna, fueron, ambos, construidos alrededor de la institución de la esclavitud. El régimen debería, de hecho, llamarse «despotismo democrático», y sus límites de exclusión de color y de género deberían ser plenamente reconocidos. La democracia capitalista es inherentemente racista y sexista.

Incluso esa fachada se ha convertido en un inconveniente para el capital y los gobiernos a su servicio. Para el capitalismo las personas eran sólo fuerza de trabajo, real o potencialmente. Y, en la nueva condición del neoliberalismo, el número de seres humanos desechables siguió aumentando, ya que el capitalismo ya no tenía ningún uso para ellos. En cierto modo, el capital transnacional reproduce la técnica de la desposesión, que era una característica de la «acumulación primitiva», en la tradición del cercamiento de los bienes comunes. Pero, ya no puede asegurar las relaciones sociales necesarias para el funcionamiento productivo de la fuerza de trabajo. La tecnología moderna fue deteniendo el ciclo de transformación perpetua de la fuerza de trabajo en capital y del capital en fuerza de trabajo. Eso obligó al capitalismo a alcanzar su límite interno. Y, ahora también tiene que contar con la otra cara de la moneda, que es la del límite externo que supone la degradación del medio ambiente.

Doce días después del levantamiento zapatista el gobierno se vio obligado a declarar un cese al fuego unilateral, que los revolucionarios han respetado desde entonces. De hecho, no han utilizado las armas ni siquiera para defenderse. He participado activamente en el trabajo de los zapatistas. En 1995 me invitaron a ser uno de sus asesores en sus negociaciones con el gobierno, y participé en los Acuerdos de San Andrés. Cuando el gobierno no cumplió su compromiso, los zapatistas decidieron aplicar las disposiciones de ese acuerdo en su propio territorio, de unas 250.000 hectáreas que habían recuperado con su propio esfuerzo. Una ley promulgada por la presión pública obligó al gobierno a respetar formalmente ese territorio. Sin embargo, nunca dejó de hostigar y atacar a los zapatistas a través de paramilitares, programas sociales y otras herramientas.

La intervención zapatista

Los zapatistas representan probablemente la iniciativa política más radical del mundo, y quizá también la más importante. Han creado una sociedad alternativa y un tipo de ser humano distinto en la zona que controlan. Partiendo de cero, han creado un modo de vida y un gobierno autosuficientes y autónomos en una de las zonas más pobres del mundo. No aceptan fondos ni servicios del gobierno. Y su modelo operativo está claramente por encima de los criterios reconocibles del Estado-nación, el capitalismo, la democracia formal y el patriarcado. Es la mejor ilustración de la forma en que los pueblos de todo el mundo están sustituyendo el «desarrollo» por múltiples formas de vivir bien. El «buen vivir» es una expresión adoptada recientemente en Sudamérica para aludir a las alternativas al desarrollo. Incluso se ha incorporado a algunas constituciones nacionales.

El discurso del desarrollo sigue dominando la sociedad, a veces como capitalismo salvaje, simbolizado por una plataforma petrolífera situada al menos a 10 km de la costa, a salvo del acoso de los militantes indígenas locales. Su otra manifestación es el capitalismo filantrópico, que representa un pollo en cada olla, un mosquitero en cada cama y un condón en cada pene. Pero la empresa de «desarrollo» y su discurso tienen una legitimidad cada vez más dudosa y el proceso socioeconómico y político que ha establecido es aún más antidemocrático que en el pasado. La película de Chomsky «Réquiem por el sueño americano» ilustra una experiencia familiar. El mito del desarrollo ya no moviliza a las masas. En consecuencia, las empresas y los gobiernos necesitan más fuerza coercitiva que nunca para llevar a cabo proyectos de desarrollo. «Los soñadores» siguen existiendo, como se denomina a muchos inmigrantes indocumentados en Estados Unidos, y millones de personas en todo el mundo siguen buscando las bondades del American Way of Life. Como observó Ivan Illich hace 50 años, en la sociedad de consumo el que no es prisionero de la adicción es prisionero de la envidia. Pero las condiciones actuales del mundo están limitando el número de adictos y ofreciéndoles alternativas a la envidia.

Vivo en un pequeño pueblo zapoteca de Oaxaca, en el sur de México, donde la mayoría de la población es indígena. Disfruto de una vida privilegiada en lo alto de una colina, junto a un bosque comunal, donde cultivo la mayor parte de mis alimentos. Pero también encajo en seis de los ocho indicadores que especifican el umbral de la pobreza en México. He adoptado formas de vivir bien que son comunes en mi contexto social pero que se alejan claramente de cualquiera de las innumerables definiciones de desarrollo o del American Way of Life. Soy activo en los movimientos sociales de Oaxaca y en varias organizaciones que hemos creado con los pueblos indígenas, como Unitierra Oaxaca, y también participo en la mayoría de las iniciativas que periódicamente lanzan los zapatistas.

Trazando un nuevo camino

Con el Subcomandante Marcos, en la Universidad de la Tierra en Oaxaca, durante su estancia en Oaxaca (México) para «La Otra Campaña», una iniciativa zapatista planteada como alternativa al circo electoral.

El 21 de diciembre de 2012 una marcha silenciosa de 40.000 zapatistas disciplinados recorrió las ciudades que ocuparon durante su levantamiento armado en 1994. Al final, elaboraron un breve comunicado: «¿Escucharon? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el sonido del nuestro resurgiendo. El día que era el día era en realidad la noche. Y la noche será el día, eso será el día».

Le siguieron muchos otros comunicados e iniciativas, como seminarios, festivales artísticos y encuentros científicos. En octubre de 2016 se celebró el V Congreso del Congreso Nacional Indígena (CNI) en Unitierra Chiapas, que se convirtió en territorio zapatista. Durante ese Congreso los zapatistas presentaron un análisis de la situación política y plantearon que había llegado el momento de tomar la iniciativa e iniciar una ofensiva nacional para resistir la embestida capitalista contra los pueblos y trabajar por un cambio significativo. Tras consultar a sus comunidades, el CNI anunció la creación del Concejo Indígena de Gobierno el 1 de enero de 2017. Decidieron que su vocera, una mujer indígena, se registrara como candidata independiente para la elección presidencial de 2018.

El 28 de mayo, la asamblea del CNI tomó la decisión de desmantelar pacíficamente el régimen dominante existente. Anunciaron la creación de un nuevo gobierno que funcionaría sobre la base de la armonía, la convivencia, el esfuerzo colectivo coordinado y el sentido de justicia para todos. Se comprometió a rechazar toda relación de subordinación y a promover la libertad convivencial y la democracia radical en todos los niveles: desde las familias y las comunidades, los municipios, las regiones, las tribus, los pueblos y los barrios, hasta el Consejo Indígena de Gobierno.

Las directivas adoptadas por el consejo deben ser implementadas mediante la aplicación coherente y sencilla de los siete acuerdos de mandar obedeciendo. Por eso, al crearlo no se escucharon promesas electorales. Tampoco se habló de cómo ordeñar las arcas públicas. Tampoco irán a la caza de votos para ocupar los aparatos del Estado, ni crearán un gobierno paralelo de ningún tipo. Sin embargo, se enfrentarán al «gobierno» criminal que socava la existencia del pueblo. Y todo esto no tendrá lugar en el vacío, sino aquí, en medio del barro y la suciedad. El régimen existente será desafiado en su propio terreno, con sus propias reglas.

La iniciativa implica constituir un gobierno y ejercer el poder político sin tomar la vía de las armas o de las urnas y sin golpes de Estado. No sería fácil desmantelar lo que queda del régimen que se desmorona violenta y caóticamente. Tampoco lo sería aprender a autogobernar desde abajo. Pero en eso estamos, empezando a «despertar a los que duermen», demostrando el sentido, la naturaleza y el contenido de esta nueva forma de acción colectiva en nuestra práctica y en nuestras acciones, sin limitaciones físicas ni electorales.

En todo el mundo la palabra «gobierno» se ha identificado con grupos de mafiosos que operan instituciones corruptas e ineptas al servicio del capital mientras tratan de imponer su voluntad a través de la persuasión o la manipulación, o por la fuerza; organizando el saqueo, y administrando la injusticia. «La democracia», se ha convertido en un régimen despótico, racista y sexista que crea sujetos inoculados por la ilusión del «voto». En todas partes se llama «Estado de Derecho» a un régimen en el que las leyes se utilizan para establecer la ilegalidad y garantizar la impunidad.

Esta es la experiencia reiterada de los pueblos indígenas. Basta, dijeron a todo eso cuando concibieron una alternativa. El nuevo régimen de relaciones políticas es aún frágil e incompleto. Pero, ya existe; no es más que la proyección creativa y contemporánea, en una escala sin precedentes, de lo que quienes lo hicieron vienen practicando desde hace siglos.

En enero de 2017, para expresar el estado de ánimo que sentía en mi mundo de base, inicié un seminario virtual mensual con la participación de más de 30 colectivos en seis países. «Otros horizontes políticos: más allá del Estado-nación, el capitalismo, la democracia formal y el patriarcado» es un espacio para nuestra reflexión. Después de tres meses de una crítica radical del sistema dominante, empezamos a explorar las alternativas, no como una mera especulación, sino a través del examen cuidadoso de las iniciativas en curso – «probando» su radicalidad, analizando cómo son expresiones de un nuevo mundo, nacido en el vientre del viejo. La prueba definitiva es cómo están realmente más allá del patriarcado, la raíz del sistema dominante, opresivo y destructivo; cómo definen su lucha por la vida, contra los proyectos mortales que las matan.

Consolidar la alternativa

Ha llegado el momento de escuchar a la gente corriente. Están construyendo un nuevo mundo por pura supervivencia o en nombre de viejos ideales. El capitalismo no puede detener ni revertir su autodestrucción. Pero eso no implica automáticamente una oportunidad de emancipación. Por el contrario, podría significar la caída en la barbarie… llevándonos a todos al abismo. La supervivencia de la especie humana depende ahora, como siempre, de redescubrir la esperanza como fuerza social. Eso es lo que la gente común está alimentando hoy con su extraordinario comportamiento. Y la esperanza, para ellos, no es la creencia de que algo sucederá de una determinada manera, sino la convicción de que algo tiene sentido, pase lo que pase.

Puede que hoy no haya lugar para el optimismo, pero aún podemos tener esperanza. Arundhati Roy tiene razón: «Otro mundo no sólo es posible, sino que está en camino. En un día tranquilo, puedo oír su respiración».

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