Palanka Taldea
A nadie le cabe ya la menor duda de que el ayuntamiento de Donostia terminará por derribar los cuarteles de Loiola. En el mejor de los casos, los reducirá o modificará hasta hacerlos irreconocibles y convertirlos en otro lugar feo y carente de alma. Es, sin duda, una auténtica desgracia, porque los cuarteles de Loiola son un lugar muy hermoso y preñado de increíbles posibilidades.
La gestión que caracteriza nuestro ayuntamiento desde hace ya unos cuantos años nos ha convertido en amargados fatalistas. ¿Ven esa vieja tienda tan maravillosa, ese portal tan extraordinario, ese edificio tan estupendo? Pues mírenlo bien, porque no les quepa duda de que, antes o después, será destruido o convertido en algo que nada tiene que ver con lo que fue.
Nos dirán que no podemos vivir en el pasado, conservar para siempre las cosas tal y como fueron, que no podemos dar la espalda al futuro. Pero de ahí a destruir sistemáticamente nuestro patrimonio hay un gran trecho; de ahí a acabar con todo aquello que nos identifica porque pertenece a nuestras vivencias, a nuestros recuerdos, hay un abismo. Ahora bien, seguro que hay una buena razón para que esto sea así; hay, sin duda, una irrevocable necesidad.
Hace poco hemos descubierto un concepto que nos ha ayudado mucho a entender, en parte, la impotencia que sentimos como ciudadanxs; ya saben, esa incapacidad para incidir en la realidad en la que vivimos. Es un término casi divertido: alternativas infernales. Lo utilizan Isabelle Stengers y Philippe Pignarre en un libro con un título muy sugerente: Brujería capitalista.
Las alternativas infernales, según las definen estxs autorxs, son “esas situaciones que no parecen dejar otras opciones que la resignación o una denuncia que suena un poco hueca”. Si se fijan un poco, se darán cuenta de que vivimos totalmente sumergidxs en ellas. Pensamos que nos puede ser muy útil reconocerlas para deshacer su hechizo. Los ejemplos son incontables y aquí van algunos: hay que reformar el sistema de pensiones porque si no, es imposible mantenerlo; las farmacéuticas tienen que cobrar caros sus medicamentos porque si no, no pueden investigar; hay que invertir en armamento porque si no, nos van a machacar; sí, hay que proteger los árboles, peeero en este caso hay que cortarlos porque es necesario construir estas casas, esta carretera, esta infraestructura sin las que nos sería imposible sobrevivir; no podemos subir los impuestos a las grandes empresas porque entonces se irán a otro lugar y nos quedaremos sin trabajo, etc. Lo que normalmente conocemos por “elige: susto o muerte”.
¿Qué tiene que ver esto con la destrucción de los Cuarteles de Loiola? Pues que es un claro caso de alternativa infernal. Donostia necesita viviendas, necesita extenderse, de modo que ningún argumento será suficiente para paralizar, entorpecer, modificar o ralentizar su construcción, y se hará a cualquier precio, porque es totalmente necesario. ¿Cómo dejar de construir más y más casas si vivimos una monstruosa crisis de vivienda? ¿No merece esto cualquier sacrificio? ¿Cómo vamos a pararnos a pensar en el valor de los cuarteles ante semejante panorama? ¿No es la vivienda un derecho?
Si alguien pensaba que los edificios de los cuarteles se podrían conservar por su valor patrimonial, que se olvide. Si alguien llegó a imaginar que ese espacio arquitectónico (los cuarteles, no el solar) se podría convertir en un entorno vivo y hermoso, por fin, para la ciudad, que se olvide. Porque todo eso son minucias y romanticismos inútiles en los que a todo el mundo le gusta pensar pero que no son nada prácticos. Por lo tanto, construyamos unas cuantas torres.
Lo dicho, estamos ante un caso de susto o muerte. Así que, atención, porque las alternativas infernales son muy efectivas. ¿Cuál es su mayor poder? El de neutralizar toda nuestra actividad política porque nos hacen pensar que nuestras reivindicaciones, nuestros sueños, nuestros proyectos, son ridículos, ilusorios, imposibles o nada prácticos.
Son también poderosas porque nos hacen sentir que, para buscar alternativas viables a estas necesidades perentorias, para cambiar este régimen de alternativas infernales, habría que destruir todo “el sistema”. Es decir, sólo nos salvaría la revolución total. Es decir, tendríamos que prepararnos para llevar a cabo una tarea hercúlea, pero nos sentimos demasiado pequeñxs y débiles para ello.
Ante lo ridículo de nuestras reivindicaciones y lo titánico de la tarea, nos da un bajón tremendo. Así que nos rendimos y lloramos un rato.
La fuerza de las alternativas infernales es que forman parte del actual sentido común. Hay todo un trabajo pedagógico detrás para convencernos de que, si bien esa solución no nos gusta, no hay más remedio. O también de que, aunque haya otras opciones, la alternativa infernal será siempre la más realista. (Luego habría que ver adónde nos ha llevado tanto realismo).
Así, ante este espectáculo de sistemática destrucción de una ciudad, no nos queda nada más que llorar y reconocer que, pues sí, somos unxs sentimentalxs, sin sentido práctico y románticxs. No queda otra que ver cómo tu escuela, tu plaza, tus calles, tu ciudad se destruyen para dar paso a una ciudad que te es ajena, hostil, desagradable, porque es necesario; así que dejamos de ir a muchos lugares que fueron parte de nuestras vidas porque se han convertido en algo que nos espanta. Y cuando vamos a los que han sobrevivido al destrozo, lo hacemos con la congoja de pensar “¿cuánto durará? ¿cuándo lo destruirán?” Porque sabemos que, antes o después, todo será engullido por la necesidad.
Si les parece que hasta aquí hemos llorado mucho, preparen otro pañuelo. En otros lugares, vemos encantadores ejemplos que nos hacen soñar, pero también nos hacen llorar sólo de pensar que aquí algo así sería imposible. Sólo podemos babear y, lo dicho, llorar. Hay muchos ejemplos en los que se han conservado edificios antiguos (conservado y restaurado, no sólo mantenido la fachada) y se les ha dado nuevos usos. Es decir, se han aprovechado edificios ya construidos y de valor estético, arquitectónico y patrimonial en vez de tirarlos al cubo de la basura para construir algo feo y anodino. Entre esos ejemplos hay también instalaciones militares que se han convertido en espacios muy bellos, muy peculiares y, además, útiles a la comunidad. Un ejemplo de ello lo encontramos en Landau in der Pfalz, Renania (ver fotos), donde unos antiguos cuarteles son ahora viviendas (sí, viviendas).

¿Se imaginan algo así en Loiola? ¿No sería maravilloso?
Pero nuestrxs políticxs locales son arrogantes y no quieren a escuchar y contemplar otras opciones que no sea construir más cajas de zapatos con rayas, esas horribles casas que se construyen ahora en todo el mundo y que crean un paisaje aburrido, feísimo, impersonal y, sobre todo, muy triste. Es más: sólo proponen eso, repetido ad nauseam, como única alternativa. Casas tan idénticas que nos es imposible saber dónde estamos al mirarlas: ¿Martutene? ¿Andoain? ¿Cuenca? ¿Toulouse? Es la destrucción de una ciudad mediante la construcción.

Ahora que ya la hemos identificado, no nos dejemos atrapar por esta alternativa infernal. Que no nos engañen: siempre se pueden hacer las cosas de otro modo. Si tenemos necesidades, que no sean los intereses (económicos) de unos pocos los que vengan a decirnos cuáles son y cómo satisfacerlas.
Un último apunte: no dejen nunca de imaginar.
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