de Girolamo De Michele Publicado en italiano Giap (Vía A Este Lado del Mediterráneo) Foto principal: Gernika (Euskadi), 9 dicembre 2023.
Migliaia di manifestanti riproducono la bandiera palestinese accanto a un dettaglio del quadro che porta il nome della città, dipinto da Picasso per denunciarne il bombardamento (1937).
Wu Ming: Estábamos cargando este artículo cuando, el 13 de junio, las fuerzas armadas israelíes dieron inicio a la operación «Leon Ascendente», atacando numerosos objetivos en territorio iraní. La escalada en Asia occidental —«Oriente Medio, en el fondo, es una expresión eurocéntrica de derivación colonialista— y el enfrentamiento directo entre el régimen de Likud y el de los Ayatolá, a lo que se le añade la destrucción por parte de las FDI de la última conexión internet de Gaza, han ocultado momentáneamente el genocidio en acto en la Franja, pero la situación sigue siendo la que describe aquí Girolamo De Michele. Los últimos acontecimientos, no solo no invalidan los siguientes análisis y reflexiones, sino que los refuerzan.
0. Premisa
Resulta casi imposible realizar el cómputo total de muertes, pero de alguna forma hay que intentarlo. Están, por un lado, las víctimas declaradas por el ministerio de Sanidad de Gaza, consideradas fiables por parte de distintas organizaciones internacionales. A estas hay que añadirles los muertos aún sepultados y que quizás no serán nunca desenterrados; y hay que añadirles también las muertes por causas derivadas —heridas sin cicatrizar durante largo tiempo, enfermedades, desnutrición. Un estudio publicado en Lancet el pasado julio —cuando la estimación de muertes era de unas 37.000, poco menos de la mitad del cómputo total en el momento de escribir estas líneas, más 10.000 bajo los escombros según estimaciones de la ONU— afirmaba:
«Aún en el caso de que el conflicto terminara inmediatamente, en los próximos meses y años seguirían produciéndose numerosas muertes indirectas debidas a causas tales como enfermedades reproductivas, transmisibles y no transmisibles. Se prevé un alto balance total de víctimas, considerando la intensidad del conflicto, la destrucción de infraestructuras sanitarias, la grave carencia de comida, agua y alojamientos, la imposibilidad para la población de refugiarse en lugares seguros y la pérdida de financiación de la UNRWA, una de las poquísimas organizaciones humanitarias aún activas en la Franja de Gaza. En conflictos recientes, las muertes indirectas han sido de entre 3 y 15 veces el número de muertes directas. Teniendo en cuenta las 37.396 defunciones confirmadas y aplicando una estimación prudente de 4 muertes indirectas por cada muerte directa, no resulta imprudente estimar que al actual conflicto de Gaza se le podrían atribuir hasta 186.000 muertes o más. Utilizando la estimación de la población de la Franja de Gaza de 2.375.259 habitantes (dato de 2022), dicha cifra se traduciría en el 7,9% de la población total de la Franja de Gaza.
1. La palabra genocidio existe porque…
Diez muertos, en esta situación, son una gota en el océano. Pero también una gota cuenta, si consigue reflejar el mar y permite, como caso ejemplar, describir lo universal. El pasado 24 de mayo, el bombardeo selectivo de una vivienda en la que residía una pareja de médicos que se turnaban entre la casa y el hospital mató a nueve de los diez niños residentes y, después de tres días de agonía, también al padre. La madre vio desfilar ante sus ojos los cuerpos carbonizados de sus hijos en el mismo hospital donde trabajaba como pediatra.
Matteo Nucci, famoso helenista que desde el inicio del genocidio palestino ha puesto su erudición al servicio de la interpretación del horror, ha escrito sobre de «Níobe —personaje mitológico cuyos doce hijos fueron exterminados por Apolo y Artemisa— de Gaza», traduciendo un texto publicado en Grecia:
«De los diez hijos de Níobe de Gaza, nueve no murieron por las flechas, sino por una bomba. El más pequeño tenía seis meses; el más grande, doce años. Y no fue la hybris de la madre lo que causó su muerte, sino el mero hecho de su existencia, el mero hecho de que en el momento del desastre se encontraran en su casa de Khan Younis, sin haber obedecido la orden de evacuar el área,la cual había sido declarada “zona de guerra peligrosa” por parte del ejército israelí.»
La orden de evacuación, por otra parte, había sido revocada en el sector en que se levantaba la casa de los dos médicos. Nos encontramos así frente a una masacre de civiles en la que han sido atacados dos médicos y diez niños. Y una jauría negacionista que durante dos días gritó a los cuatro vientos, sin ruborizarse lo más mínimo, que se trataba de fake news. Es todo lo que hace falta para empezar a escribir sobre este genocidio.
No obstante, precisamente en el umbral del inicio, aparece el clásico elefante en la habitación: la palabra genocidio, más aún, dos elefantes, ya que junto a la primera se encuentra la palabra antisemita. Dos palabras que, parafraseando a Valentina Pisanty, son, igual que todo el debate político y cultural posterior al 7 de octubre de 2023, «rehenes de una militarización y de una grave confusión sobre qué es antisemitismo y qué es antisionismo», y también sobre qué es genocidio y qué no lo es (cfr. V. Pisanty, Antisemita. Una parola in ostaggio [Antisemita. Una palabra tomada como rehén], Bompiani 2025).
«Genocidio» es una palabra que define un determinado crimen y un concepto jurídico relacionado. Lo ha explicado muy bien Francesca Albanese, que desde hace años juega un papel fundamental como Special Rapporteur on the situation of human rights in the Palestinian territories occupied since 1967: «Apartheid y genocidio no son palabras escabrosas: son crímenes. Lo escabroso es que se toleren».
Como es (aparentemente) bien sabido, el término «genocidio» fue acuñado por el jurista judeopolaco Raphael Lemkin en su libro El dominio del Eje en la Europa ocupada (1944) [aquí el pdf de la versión en inglés], jamás traducido al italiano —igual que le ha ocurrido a todas sus obras: una imponente colección de «crímenes sin nombre», es decir, sin un concepto jurídico para definirlos adecuadamente, que fueron cometidos en Europa bajo el dominio del Eje.

Atención: aun siendo predominante el papel del ejército y la administración ocupante nazis, Lemkin investiga los crímenes cometidos por las fuerzas del Eje, es decir, también por parte de aquellas italianas. Contra los judíos y los judíos polacos, por supuesto, pero Lemkin no se limita a los judíos de Europa oriental, detallando una larga lista de grupos nacionales víctimas de genocidio en Checoslovaquia, Alsacia y Lorena, Grecia, Luxemburgo, Polonia, Rusia, Eslovenia, Albania, Francia (judíos franceses), Bélgica y Macedonia. Además, documenta la acción genocida en Serbia contra serbios, judíos y gitanos; y señala los crímenes del ejército ocupante italiano contra la población croata.
Lemkin escribió el libro después de comprobar cómo el conocimiento documentado de los crímenes nazis en Europa, ya en 1942, dejaba indiferentes a los líderes occidentales Roosevelt y Churchill. El mismo Lemkin no obtuvo respuesta a un informe enviado a Roosevelt, igual que le ocurrió a Jan Karski, el cual consiguió obtener una reunión con el presidente estadounidense. Respecto a las muchas comparaciones ridículas que se han hecho en los últimos meses, a menudo con la intención de negar la analogía entre los genocidios perpetrados durante la Segunda Guerra Mundial y el que se está perpetrando en Palestina, habría que destacar lo siguiente: como ocurre hoy, también en 1942, no «el mundo» —expresión que no significa nada— sino los gobiernos occidentales tenían conocimiento de lo que estaba ocurriendo, por lo menos a través de los libros de denuncia publicados por el gobierno polaco en el exilio en Londres, así como por el Jewis Socialist Bund (que el mismo Lemkin utilizó). Y miraron hacia otro lado, practicando lo que ha sido definido como «el arte político de la compasión atentamente calibrada».
Lemkin define así su neologismo:
«Con “genocidio” nos referimos a la destrucción de una nación o un grupo étnico. En general, un genocidio no implica necesariamente la destrucción inmediata de una nación, excepto cuando se realiza a través de matanzas en masa de todos sus miembros: nos referimos más bien a un plan coordinado de distintas acciones dirigidas a la destrucción de los cimientos esenciales de la vida de los grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar a dichos grupos.»
Desde esta página del capítulo IX deEl dominio del Eje hasta el 9 de diciembre de 1948, hay una larga historia que no puedo resumir aquí; me limito así a la definición de «genocidio» que da el art. 2 de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio:
«Se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: matanza de miembros del grupo; lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo.»
El artículo 2 de la Convención debería ser el punto de referencia común para argumentar sensatamente a favor o en contra de lo adecuado o no de su uso lingüístico. Uso lingüístico que, no obstante, hace referencia al derecho internacional y sus herramientas, por lo menos a partir de los juicios que condenaron a los responsables de genocidio en Bosnia y Ruanda en aplicación de la Convención de 1948. Sin esa estrella polar común, se acaba cayendo en una especie de compón-tu-propio-genocidio, participando, queriéndolo o no, de esa peste del lenguaje que Italo Calvino denunciaba en susSeis propuestas para el próximo milenio: si las palabras no son capaces de ser entendidas y empujarnos a compartir porque están afectadas por la peste; si las relaciones entre seres humanos no están mediadas por el lenguaje, la mediación lingüística deja lugar a la mediación de la ferocidad, la condición humana cae así en la barbarie y el pensamiento se transforma en contemplación impotente de la deshumanización, tal y como ha escrito recientemente Bifo en Pensare dopo Gaza. Saggio sulla ferocia e la terminazione dell’umano [Pensar después de Gaza. Ensayo sobre la ferocidad y la terminación de lo humano], Timeo 2025 [inédito en castellano, N. del T.].
La palabra genocidio existe porque existen los genocidios: precisamente por eso es necesario usar «palabras precisas» para nombrarlos, y también teniendo en cuenta ese uso performativo del lenguaje que consiste en la pronunciación de sentencias por parte de tribunales estatales o internacionales.
Aunque el Holocausto jugara un papel relevante en orientar a Naciones Unidas hacia la —para nada predecible en aquel momento— aprobación de la Convención, en la definición de «genocidio» no aparece, de forma intencional, ninguna referencia al Holocausto u otros eventos genocidas —desde la Nakba hasta los pogromos de los fanáticos hinduistas contra los musulmanes indios en 1947-48, que aún así se citan en los debates que llevan a la aprobación de la Convención. Incluso dos horas antes de su aprobación fue rechazada una última enmienda presentada por Polonia y Checoslovaquia que pedía incluir una referencia, aunque fuera genérica, a los eventos de la Segunda Guerra Mundial. En palabras de Lemkin:
«El genocidio no es un fenómeno excepcional, sino algo que ocurre con una cierta regularidad en las relaciones entre grupos humanos, igual que el homicidio tiene lugar en las relaciones entre individuos.»
El mismo Lemkin había concebido, diez años antes, la necesidad de una norma de derecho internacional —lo que actualmente se conoce como Derecho Humanitario Internacional— para prevenir y sancionar este crimen, el cual denominó en 1933 «barbarie» (el equivalente del genocidio) y «vandalismo» (la destrucción de elementos básicos de la identidad cultural y nacional de un grupo). [1]
Yendo aún más atrás, ya en los años veinte, ante dos homicidios políticos en los que murieron uno de los responsables turcos del genocidio de los Armenios (por los disparos de un estudiante armenio en 1921) y uno de los más altos responsables de los pogromos contra judíos durante la guerra civil de 1918, el ex primer ministro ucraniano Petljura (a manos de un estudiante judío anarcobolchevique en 1926), Lemkin utilizó la expresión «bellísimo crimen» [sheyne farbrekhens, en el periódico yiddish Haynt], afirmando que la legítima exigencia de justicia por crímenes cometidos contra la humanidad no podía llevarse a cabo a través de una venganza individual —aun legítima en el plano moral—, sino que debía encontrarse una sede supranacional que impidiera al derecho nacional de los diferentes Estados dejar impunes dichos crímenes.
Vale la pena destacar que Lemkin, a mediados de los cincuenta, reforzó su convicción —que se remontaba a años atrás— acerca de la estrecha relación entre genocidio y colonialismo de asentamiento, y veía un caso ejemplar en el genocidio en acto en Argelia por parte del colonialismo francés. Precisamente en aquellos años —antes de morir repentinamente por un ataque al corazón en 1959—, Lemkin inició una relación de colaboración con el diplomático palestino (nacido en Jan Yunis) Muhammad el-Farra, con quien colaboraba en la denuncia de los crímenes coloniales franceses. El-Farra era, en aquel momento, representante de los Estados Árabes en la ONU; diez años después, como embajador de la ONU en Jordania, denunciaría desde su escaño en Naciones Unidas el genocidio norteamericano en Vietnam y el genocidio israelí en Palestina:
«¿Cómo podemos nosotros, delegación de Jordania, un pequeño miembro de Naciones Unidas, encontrar un lenguaje suave y sosegado para describir las bombas de napalm estadounidenses usadas por los israelíes contra nuestro pueblo y contra nuestro heroico pequeño ejército, que ha combatido sin la maquinaria adecuada, sin cobertura aérea, mas con todo el sacrificio, con todo el valor, con virilidad y determinación? Y ante esta y otras muchas atrocidades israelíes, ¿cómo podemos encontrar una excusa para los políticos estadounidenses que, por beneficios políticos de poca monta, explotan el sufrimiento y las pérdidas que se nos infligen, así como los actos de genocidio cometidos contra nuestro pueblo?»
(13 de junio de 1967)
Likud es un partido fascista: palabra de Primo Levi
El segundo elefante armado que monta guardia en el debate público es la acusación de antisemitismo, a menudo apoyada en la falsa ecuación antisionismo = antisemitismo, que esconde, en ese supuesto signo «=», otras muchas igualdades arbitrarias. «Judío» y «sionista» no son sinónimos, como tampoco lo son «israelí» y «judío», ya que existe israelíes cuyos orígenes árabo-palestinos son motivo de una discriminación justificada no por lo que (hipotéticamente) se hace, sino por lo que se es. Por ejemplo, tomar un avión para un ciudadano palestino israelí significa ser sometido a un humillante cacheo que incluye desnudarse y ser inspeccionado anal y genitalmente.
Hay que decir que el contexto argumentativo es, las más de la veces, tóxico: la calviniana peste del lenguaje, precisamente. Un contexto que tiene raíces poco límpidas, como por ejemplo la ritualidad excluyente de los «días de la memoria», [en el mundo hispanohablante, Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, N. del T.], con sus «guardianes»: un campo de batalla con el que Valentina Pisanty lleva años comprometida. No cabe duda de que podemos estar de acuerdo con ella cuando afirma que «antisionismo se dice de muchas maneras» y también en que «la mayor parte de esos posicionamientos nada tienen que ver con el antisemitismo». Pero también podemos afirmar que la cuestión de qué es el sionismo, qué era, qué quería ser y en qué se ha convertido —y de la inevitabilidad o no de sus derivas— es una cuestión que podemos dejar de lado hoy en día, teniendo en cuenta que «sionista» es una definición demasiado amplia e imprecisa como para designar al partido Likud, su genealogía política y su actual dirigencia.
Likud desciende por línea directa de una facción de extrema derecha del sionismo de los años veinte, ese «ala del sionismo fascista que adoptó el saludo nazi» (palabras de Amir Goldestein en Haaretz), cuyo principal representante fue Ze’ev Jabotinsky, admirador y amigo de Mussolini, del que obtuvo como regalo una estación de radio en Civitavecchia.
Que Jabotinsky fuera fascista, y que haya sobrados motivos para llamar fascista a su heredero Menachem Begin, fundador de Likud, es algo que declaró sin medias tintas Primo Levi:
«Para Begin, “fascista” es una definición aceptable. Creo que el mismo Begin no la rechazaría. Fue pupilo de Jabotisnky: este representaba el ala derecha del sionismo, se proclamaba fascista, era uno de los interlocutores de Mussolini. Y sí, Begin fue su pupilo.» [2]
No por nada Jabotinsky fue expulsado del Haynt, el periódico yiddish polaco en el que escribía Lemkin, cuando empezó a hacer explícitas sus ideas fascistas.
Mientras que Levi declaraba únicamente que el primer ministro Begin era fascista, en los años ochenta, Hannah Arendt y Albert Einstein, encabezando a decenas de intelectuales judíos emigrados a EEUU, el 2 de diciembre de 1948 —una semana antes de la aprobación de la Convención de la ONU sobre el genocidio— fueron mucho más duros. En una carta abierta publicada en el New York Times, no dudaron en equiparar a Berin con Hitler, definiendo su Partido de la Libertad (Tnuat Haherut) «un partido político que, en su organización, métodos, filosofía política y acción social se presenta estrechamente afín a los partidos Nazi y Fascista». Los firmantes de la carta recordaban la masacre terrorista de Deir Yassin como caso ejemplar para un partido que no dudaba en usar los medios del terrorismo contra árabes, ingleses y judíos para imponer su objetivo de un Estado opresivo con las minorías.
En lo que respecta a la actual clase dirigente israelí, el término exacto es «likudnik», expresión que indica una concepción política totalitaria y colonial, y que legitima en el plano político y racial, antes aún que en sus prácticas, el apartheid y la limpieza étnica. Igual de likudniks son sus partidarios en Italia: entre estos, no faltan quienes, mucho antes del 7 de octubre, defendían la necesidad de deportar a los palestinos de Cisjordania y llevar a cabo en Gaza una política boots on the roots; así como no faltan entre estos grupos quienes definen «idiota útil» o «judío antisemita» al mismo Primo Levi.
Si son nuestros amigos, no es un genocidio
Qué es y qué no es genocidio no es algo que se pueda establecer en base a una mayor o menor cercanía con el Holocausto, ni tampoco en base a una mayor o menor distancia del Estado de Israel respecto al Tercer Reich; no existe un umbral cuantitativo que discrimine (por muy horrible que sea decirlo, los números del genocidio de Srebenica son proporcionalmente bajísimos respecto a otras masacres: pero una sentencia del Tribunal de Justicia Internacional reconoció como genocidio la masacre de la comunidad musulmano-bosnia perpetrada por las milicias cristiano-serbias), ni tampoco un método operativo especial (puesto que las modalidades genocidas cambian con el cambiar de los tiempos).
Qué es genocidio lo define una Convención de la ONU firmada por más de 150 naciones, no la simpatía o cercanía política con el Estado que lo comete; mucho menos si los responsables son «autócratas» o han sido «democráticamente elegidos». Debería ser una obviedad, pero en el discurso público, igual que en el discurso político, no es así. Lo demuestra el hecho que William Schabas haya sentido la necesidad de puntualizarlo en una entrevista concedida a la revista online The New Arab [3]. William Schabas es uno de las voces más autorizadas a nivel mundial, sino la más, en el campo del Derecho Internacional Humanitario, y especialmente del genocidio. Su libro Genocide in International Law. The Crime of Crimes (que retoma en el subtítulo la definición de «crimen de crímenes» de Lemkin) se considera un comentario imprescindible a la legislación mundial sobre genocidio. Schabas, teniendo más valor que muchos de sus colegas académicos —o, quizás, tal y como puntualiza él mismo con ironía, teniendo ya una cierta edad— denuncia el chantaje moral y el riesgo de represalias académicas para quienes se aventuren a decir con claridad la palabra «genocidio».
Sin embargo, hay que pronunciar esa palabra, por algo más que por el deber —no exclusivo de quienes se definen «escritores»— de decir lo que hay tal y como es, sin omitir nada. El genocidio en acto en Gaza es solo un aspecto de un ataque mucho más vasto a las instituciones internacionales, empezando por la ONU y sus agencias, hasta llegar a los tribunales de justicia que hacen expresiva la Convención, destinada de otra manera a convertirse en una mera declaración de principios, y pasando por el mismo Derecho Internacional Humanitario, cuya existencia es inseparable del reconocimiento de que existen crímenes que no pueden ser legitimados por el derecho soberano del Estado que los comete, o que protege a quienes los cometen. En palabras de Rula Jebreal: «Palestina es el canario de la mina de carbón del nuevo autoritarismo mundial», del nuevo imperialismo occidental. Precisamente eso es lo que está en juego.
La definición de genocidio de la Convención de 1948 no contiene únicamente una lista de actos, sino también un término decisivo para distinguir el genocidio de otros crímenes internacionales, de guerra, contra la paz o la humanidad: intención.
En el plano jurídico —y por tanto en lo que podría ocurrir en los tribunales de justicia internacionales, cuando los actuales actos serán juzgados—, todo gira en torno al concepto de acto intencional. Por acto intencional nos referimos a comportamientos generalizados que actúan, de forma preliminar, sobre el contexto, y que son al mismo tiempo un aviso y un primer paso del proceso genocida; así como actos internos a la acción genocida misma, que expresan una intención concreta.
En la primera categoría podemos colocar la limpieza étnica y el apartheid.
La limpieza étnica no está clasificada como crimen internacional, evidentemente no porque esté consentida, sino porque resulta difícil distinguirla de un genocidio en acto, o porque indica el inicio de este, en una escalada que tendrá como final el genocidio. Que la Nakba se configura como limpieza étnica es un hecho registrado incluso por una parte de la historiografía israelí: no solo Ilan Pappé, sino también Benny Morris (cuyo recorrido político, de la crítica al colonialismo sionista hasta el apoyo al actual gobierno, dice mucho de las transformaciones de la sociedad israelí).

El apartheid, en cambio, es un crimen sancionado por el Estatuto de Roma: bastaría repasar la casuística y compararla con las leyes militares en vigor en toda Cisjordania para ver las evidentes correspondencias. O bien leer la novela de Nathan Thrall Un día en la vida de Abed Salama (Premio Pulitzer 2024) que, tomando como punto de partida un suceso de crónica negra —un accidente de carretera con un autobús escolar implicado y un padre que intenta ir al hospital en el que están ingresadas las víctimas para saber si su hijo está entre los vivos o entre los muertos— para comprender cómo ser palestino cisjordano o de Jerusalén Este equivale a ser un humano de serie B, sin derechos universales y subyugado a un poder despótico por el mero hecho de ser lo que se es —una vida indigna de ser vivida, una lebensunwerte Leben.
En el espacio compartido entre estos dos actos criminales —así como entre las dos áreas semánticas en que se subdivide la intención genocida— se encuentra la monstrificación del Otro, esto es, del palestino o la palestina. Un proceso definitorio de una identidad superior y una identidad inferior correlacionadas, que se origina en los manuales escolares básicos y se alarga hasta lo implícito y lo explícito de la vida social. Podemos incluir en ese proceso de monstrificación la creación de falsas noticias sobre el 7 de octubre, auténticas hipérboles del horror, excrecencias narrativas enraizadas en el horror de masacres realmente ocurridas. Se ha llevado a cabo un fact-checking de estos rumores, de forma profesional y detallada, por parte de la prensa crítica israelí, de historiadores como Lee Mordechai —autor de un informe actualizado hasta la versión 6.0 (julio de 2024)— y de periodistas independientes [4]. Es falsa, por ejemplo, la noticia de los 40 niños decapitados, o de los fusilamientos de niños reunidos ante sus padres, aunque dichas noticias hayan sido dadas por buenas (para ser posteriormente desmentidas) incluso por parte del expresidente de EEUU Joe Biden.
El mismo recurso a la violación de masas como crimen de guerra sigue estando sub iudice, tal y como atestigua el hecho de que no se haya abierto ni un solo proceso penal por parte de la justicia israelí. Mientras tanto, Israel, que rechaza aportar las supuestas evidencias que ha declarado poseer, igual que rechaza la apertura de una investigación independiente internacional, ha ocupado con su propia voz —la voz del Estado—, el espacio de la voz de las mujeres víctimas de pogromo del 7 de octubre: se ha apropiado de las voces de las víctimas para hablar en su lugar. Lo cual es una forma de violación.
Quienes fabricaron estas fake news fueron propagandistas militantes como la supuesta «testigo ocular» Shari Mendes; pero, sobre todo, una asociación extremista, ZAKA (cuyo fundador, Meshi Zahav fue obligado a presentar su dimisión en 2021 con la acusación de haber violado a 6 hombres y mujeres). Digno de atención es que una youtuber que se dedica desde hace tiempo a la islamofobia, cuya biografía resulta inverosímil, declare sin ningún problema que recibe de parte de ZAKA las informaciones que divulga.
ZAKA no es un caso aislado: distintas investigaciones llevadas a cabo por la prensa independiente israelí [5] han demostrado la existencia de una red de asociaciones likudnik (o aún peor). FakeReporter, una organización de activistas de la información, ha demostrado con una investigación independiente la existencia de una network de plataformas ficticias —Non-Agenda, The Moral Alliance y Unfold Magazine— que, a través de cientos de perfiles falsos, ha orientado a la opinión pública a favor del gobierno. La campaña difamatoria contra los trabajadores de la UNRWA, acusados de estar implicados en la masacre del 7 de octubre, ha sido su creación más lograda hasta el momento.
Si no creéis a los palestinos, creed a los médicos estadounidenses que trabajan en Gaza
Son actos intencionales internos al genocidio los asesinatos selectivos de categorías al completo: profesores, periodistas y médicos. Pero también —y esto resulta una novedad a tomar en consideración en el futuro— su programación a través de un algoritmo de sistemas de inteligencia artificial (que ha sido programado, no obstante, por seres humanos). La derivada militar de las plataformas y empresas de análisis de datos a través de inteligencia artificial, con lucrosos pedidos a Israel, es una actividad que ha enriquecido a algunos de esos «anarcocapitalistas» que se presentan hoy día como la nueva élite del poder político en EEUU.
En particular, tal y como ha revelado una investigación de distintas cabeceras israelíes —retomada por el Guardian y, en Italia, por il Manifesto y la revista Internazionale— existe un programa que utiliza el ejército israelí denominado Habsora («The Gospel») que puede generar objetivos casi automáticamente. En una entrevista, un militar de las FDI ha declarado:
«Nada ocurre por casualidad. Cuando una niña de tres años es asesinada en una casa en Gaza es porque alguien del ejército ha decidido que su muerte no es un drama —que se trata de un precio aceptable para poder atacar un objetivo. No somos Hamás. No lanzamos cohetes al azar. Todo es intencional. Sabemos exactamente cuántos daños colaterales se producen en cada casa.»
No hay daños colaterales, sino asesinatos intencionales selectivos, con sus consiguientes daños. Entre ellos, el sistema escolar de la Franja de Gaza al completo. En palabras de la mayor y más antigua sociedad histórica estadounidense, la American Historical Association, que a principios del 2025 votó un intenso documento de denuncia y condena:
«La destrucción por parte de las FDI del 80% de las escuelas de Gaza, dejando a 625.000 niños sin acceso a la Educación;
la destrucción por parte de las FDI de los 12 campus universitarios de Gaza;
la destrucción por parte de las FDI de archivos, bibliotecas, centros culturales, museos y librerías de Gaza, incluidas 195 localizaciones históricas, 227 mezquitas, tres iglesias y la biblioteca de la Universidad de al-Aqsa, que conservaba documentos cruciales y otros materiales relativos a la historia y cultura de Gaza;
los violentos desplazamientos repetidos de la población de Gaza por parte de las FDI, que han llevado a la pérdida insustituible de los materiales didácticos y de investigación de estudiantes y docentes, eliminando el futuro estudio de la historia palestina.»
Por desgracia, la lista es incompleta: falta el asesinato selectivo de todos los decanos de las facultades palestinas. Respecto al asesinato selectivo de periodistas y operadores de la información —más de 200— sin dar en ningún caso pruebas de su supuesta pertenencia a Hamás, creo que hay poco que decir, más allá de la indolencia y la vileza de buena parte de la prensa italiana, que se ha agazapado en los bordes del genocidio, cumpliendo de forma inconsciente el papel de escoltas mediáticos de las masacres —palabras literales de la denuncia de Raffaele Oriani, que por este motivo ha abandonado el periódico La Repubblica tras doce años de servicio. La masacre de estos profesionales, cuyo objetivo es impedir el acceso a la verdad, transforma de facto a los trabajadores sanitarios en portadores de verdad, en testigos de primera línea. Esto explica a su vez la masacre selectiva de médicos, o su secuestro a través de la detención administrativa sin motivación, con torturas incluidas (o directamente asesinatos): hasta el punto de tener que quitarse batas y otros elementos que pudieran identificarlos como sanitarios antes de salir de ambulatorios y hospitales, para no ser reconocidos por los francotiradores apostados en el exterior.
El Estado israelí nunca ha dado ninguna prueba de los supuestos vínculos entre hospitales y bases de Hamás, ni tampoco del supuesto uso militar de los túneles subterráneos (algunos de los cuales fueron creados por los propios ocupantes israelíes en el pasado). Y cuando sus representantes han intentado hacerlo, han sido desmentidos por órganos de la prensa internacional [6], que existen y que, a diferencia de sus homólogos italianos (salvo excepciones) verifican las informaciones que provienen de Palestina con sus propias fuentes (agencias de prensa incluidas) —y, como es obvio, así lo declaran.

Desde el 7 de octubre de 2023, son más de mil los trabajadores sanitarios —médicos, enfermeros, voluntarios— asesinados en la Franja de Gaza [7]. Como por ejemplo Adnan al-Bursh, traumatólogo de gran fama, secuestrado junto a otros diez colegas mientras trabajaba en el campo de refugiados de Jabaliya en diciembre de 2023, detenido ilegalmente en el tristemente famoso centro de torturas de Sde Teiman —el Garage Olimpo israelí, situado en el desierto del Néguev— y declarado muerto el 2 de mayo de 2024. Los médicos detenidos son torturados para arrancarles confesiones de supuestas relaciones con Hamás, pero al-Bursh no se doblegó. Un mes antes de que lo secuestraran, había publicado un último post en X, en el que escribía (en árabe): «Moriremos de pie, no de rodillas. Todo lo que queda en este valle son sus piedras, y nosotros somos esas piedras».
Por otro lado, resulta aún desconocido el paradero de Hussan Abu Safiya, que también pasó por Sde Teiman, por haberse negado a evacuar el hospital, incluso después del asesinato selectivo de su hijo Ibrahim. En la última imagen que tenemos de él libre lo vemos mientras se dirige a pie, él solo, hacia un tanque israelí: el equivalente palestino del chaval en pie con dos cubos ante los tanques chinos en la plaza de Tiananmén.

«Si no creéis a los palestinos, creed a los médicos estadounidenses que trabajan en Gaza»: es una frase que subyace a las muchas investigaciones y testimonios de médicos estadounidenses y europeos que trabajan como voluntarios en escenarios de guerra, desde Afganistán hasta Siria, Irak o Sudán. [8]
La investigación más completa y escalofriante, publicada en el New York Times el 9 de octubre de 2024, la ha llevado a cabo el médico californiano Feroze Sidhwa sobre un pool de 65 médicos voluntarios. Él mismo es autor de una denuncia junto con Mark Perlmutter, médico de guerra de Carolina del Norte —que en el pasado se hizo famoso por haberle salvado la vida en Irak a un futuro senador—, Adam Hamamay, Mimi Sayed y la pediatra Tanya Haj-Hassan [9]. Gracias a sus testimonios, sabemos que «juntos, Israel y EEUU están transformando Gaza en un desierto que grita». Son las palabras de los 65 médicos protagonistas de la investigación de Feroze Sihawa, los cuales concluyen: «El horror debe terminar. Estados Unidos debe dejar de armar a Israel. Y después, los estadounidenses deberemos someternos a un largo y duro examen de conciencia».
Uno de los datos recogidos por estos médicos es la regularidad con que llegan a los hospitales, ya muertos o agonizantes, niños y niñas alcanzados por un único proyectil en la cabeza. Si fuese una casualidad, si fuese un «efecto colateral», no ocurriría tan frecuentemente, día tras día; no se trataría de un solo proyectil si las víctimas se hubiesen encontrado bajo el fuego enemigo por casualidad.
Respecto a la investigación de los 65 médicos, el New York Times publicó tres imágenes de rayos X de cráneos de niños con un proyectil dentro. En respuesta a una serie de cartas que afirmaban que la historia era falsa, el NYT declaró que el periódico había verificado que todos los médicos y enfermeras implicados hubiesen trabajado en Gaza; que las imágenes habían sido enviadas a expertos en heridas por arma de fuego, radiología y traumatología pediátrica independientes, los cuales habían confirmado la autenticidad de las imágenes; y que las fotos de los niños habían sido comparadas con los metadatos digitales de las imágenes. Una vez aprobada la publicación de la investigación, el NYT especificó que tenía en su poder fotos que corroboraban las imágenes de rayos X, pero que habían decidido no publicarlas por resultar «demasiado horribles».

Matar deliberadamente a niños y niñas es uno de los medios con que el Estado de Israel está eliminando a un pueblo de su tierra. Por eso, el asesinato de nueve niños, hijos e hijas de una pareja de médicos, y de su padre, en su propia casa, resulta un caso ejemplar: porque todas las tipologías de la intencionalidad genocida convergen en esa casa destruida por un misil lanzado por un dron de las FDI. Y esto explica también la campaña negacionista, mezclada con el linchamiento sexista e islamófobo contra la madre, Alaa. Negando que el bombardeo de la casa de la familia al-Najjar se produjera realmente se pretende decir que un evento semejante resulta imposible simplemente porque las FDI no matan ni médicos ni a niños. Y todo esto pese a que la BBC haya verificado la fiabilidad del vídeo enviado por el ministerio de Sanidad de Gaza [«A video shared by the director of the Hamas-run health ministry and verified by the BBC showed small burned bodies lifted from the rubble of a strike in Khan Younis»] y haya completado la información con una entrevista a varios médicos británicos en servicio en el hospital en el que Alaa al-Najjar vio desfilar los restos carbonizados de sus nueve hijos, a su marido agonizante y a su único hijo superviviente.
Dostoyevski escribió que el sufrimiento de un único niño —uno solo: no decenas de miles— es un precio intolerable, y que su escándalo pone en cuestión la misma existencia de dios, en la que creía; mientras que no creía en el diablo, sino como creación del ser humano. Hoy en día, el diablo, sea lo que sea o lo que no sea, parece un aficionado respecto a seres humanos —porque eso son, no «bestias»: este es uno de esos casos en los que está vetado disminuir el horror producido por los seres humanos con metáforas y comparaciones con el mundo animal— capaces de una planificación intencional de crímenes que ponen en cuestión ese mismo dios en el que dicen creer.
es como vivir en una aldea (global) al lado de un campo de exterminio, en 1944, y observar impotentes como sale el humo de esas chimeneas.»
Un genocidio transmitido en directo en todo el mundo; y nosotros, como habitantes de una casa contigua a Auschwitz, vemos desde nuestro jardín el humo que sale de las chimeneas. La sagrada y legítima indignación que esta visión suscita, sobre todo en generaciones que conocen Vietnam solo de oídas —pero precisamente por eso es correcto decir que Gaza es «su Vietnam»—, se contrapone a la indiferencia y la indolencia con que otra parte de la opinión pública mundial acepta de forma pasiva, cuando no legitima directamente, el genocidio en acto.
Llegados a este punto, resulta imprescindible preguntarse adónde puede llevarnos esa condescendencia, qué consecuencias pueden surgir de la superación de un umbral moral que creíamos infranqueable y qué caja de Pandora [10] ha sido destapada.
Notas
[1] Lemkin se refería a ese «genocidio cultural» que no se incluyó en la Convención pero que sí inspiró conceptos jurídicos como «educidio» o «escolasticidio», términos que definen la práctica israelí consistente en destruir instituciones escolares y culturales, así como asesinar selectivamente a miembros del cuerpo docente palestino en el contexto de las muchas agresiones perpetradas contra la Franja de Gaza.
[2] Primo Levi, «Io, Primo Levi, chiedo le dimissioni di Begin» [«Yo, Primo Levi, pido la dimisión de Begin»], entrevista de Giampaolo Pansa, La Repubblica, 24 de septiembre de 1982, ahora incluido en sus Opere Complete, vol. III, editadas por Marco Belpoliti, Einaudi, Turín, 2018, pág. 306.
[3] Véase también la entrevista «Immunity or impunity? International justice after Gaza», especialmente desde el minuto 41:25.
[4] «Hamas Committed Documented Atrocities. But a Few False Stories Feed the Deniers», Haaretz; Lee Mordechai, «Bearing Witness to the Israel-Gaza War»; «Israel says Hamas weaponised rape. Does the evidence add up?», The Times; «How 2 debunked accounts of sexual violence on Oct. 7 fueled a global dispute over Israel-Hamas war», Associated Press;
Rula Jebreal, Genocidio. Quello che rimane di noi nell’era neo-imperiale [Genocidio. Lo que queda de nosotros en la era neoimperial], Piemme 2025, cap.: «La guerra contro la verità dei fatti» [La guerra contra la verdad de los hechos].
[5] «Israeli Influence Operation Targets U.S. Lawmakers on Hamas-UNRWA», Haaretz. La relación integral Pro-Israeli Influence Network puede leerse aquí.
[7] Véase el capítulo «Punire chi protegge le vite» [«Castigar a quienes protegen las vidas»] en Rula Jebreal, Genocidio, cit.
[8] Sudán es hoy en día el equivalente de «¿Y las foibas qué?» [en el imaginario cultural del Estado español: «¿Y Paracuellos qué?», N. del T.]. «¿Y los muertos en Sudán? ¿A quién le importan Sudán? ¿Por qué no habláis de Sudán?» dicen los negacionistas likudnik de estos lares. Huelga decir que, además de los médicos de guerra, las organizaciones humanitarias —desde Médicos Sin Fronteras a Emergency— están presentes en Sudán, y sus publicaciones periódicas hablan de ello desde hace años. Pero ciertos negacionistas no distinguen Sudán de Darfur: son como el personaje de la serie Boris que, no sabiendo decir dónde se encuentra ese Darfur al que decía fanfarroneando que iba a donar su sueldo, salía del atolladero diciendo que «Darfur está dentro de cada uno de nosotros».
[9] Feroze Sidhwa, «65 Doctors, Nurses and Paramedics: What We Saw in Gaza», New York Times, Oct. 9, 2024;
Mark Perlmutter and Feroze Sidhwa, «We Volunteered at a Gaza Hospital. What We Saw Was Unspeakable», Politico Magazine;
«Dr Adam Hamawy: I’ve Never Seen Devastation Like in Gaza», Jacobin;
Tanya Haj-Hassan, pediatra a Gaza: «È troppo tardi per tutti questi anni di ingiustizia», La7.
[10] La metáfora de la caja de Pandora refiriéndose a Gaza es de Chris Hedges, que además de haber recogido sus reportajes en el reciente libro Un genocidio anunciado, está llevando a cabo, con el oficio que le es propio, un valiosísimo trabajo de información en su The Chris Hedges Report.