Del blablablá a la sangría

La celebración de la cumbre COP27 en el Estado policial de Egipto crea una crisis moral para el movimiento climático

Naomi Klein /The Intercept,
(Traducción: A Planeta)

Nadie sabe qué pasó con la carta climática perdida. Todo lo que se sabe es esto: Alaa Abd El Fattah, posiblemente el preso político más importante de Egipto, la escribió mientras estaba en huelga de hambre en su celda de El Cairo el mes pasado. Era, según explicó más tarde, «sobre el calentamiento global debido a las noticias de Pakistán». Le preocupaban las épicas inundaciones que desplazaron a 33 millones de personas en su punto álgido, y lo que ese cataclismo presagiaba sobre las dificultades climáticas y las míseras respuestas estatales que se avecinaban. (Petición Campaña Free Alaa (Liberen a Alaa)

El nombre de Abd El Fattah, tecnólogo visionario e intelectual investigador, junto con el hashtag #FreeAlaa, se han convertido en sinónimos de la revolución prodemocrática de 2011 que convirtió la plaza Tahrir de El Cairo en un mar de jóvenes que puso fin al gobierno de tres décadas del dictador egipcio Hosni Mubarak. Entre rejas casi continuamente durante la última década, Alaa puede enviar y recibir cartas una vez a la semana. A principios de este año, se publicó una colección de sus escritos poéticos y proféticos en la cárcel como el libro ampliamente celebrado “You Have Not Yet Been Defeated” (Todavía no has sido derrotado/a).

La familia y los amigos de Alaa viven para esas cartas semanales. Especialmente desde el 2 de abril, cuando comenzó una huelga de hambre, ingiriendo al principio sólo agua y sal, y luego sólo 100 calorías al día (el cuerpo necesita más de 2.000). La huelga de Alaa es una protesta contra su escandaloso encarcelamiento por el delito de «difusión de noticias falsas», aparentemente porque compartió un post en Facebook sobre la tortura de otro preso.

Sin embargo, todo el mundo sabe que está encarcelado por enviar un mensaje a cualquier futuro joven revolucionario que tenga sueños democráticos en la cabeza. Con su huelga, Alaa intenta presionar a sus carceleros para que le hagan importantes concesiones, entre ellas el acceso al consulado británico. La madre de Alaa nació en Inglaterra, por lo que pudo obtener la ciudadanía británica a finales del año pasado. Sus carceleros se han negado hasta ahora, por lo que Alaa sigue consumiéndose. «Se ha convertido en un esqueleto con la mente lúcida», dijo recientemente su hermana Mona Seif.

Cuanto más dura la huelga de hambre, más preciosas se vuelven esas cartas semanales. Para su familia, son nada menos que una prueba de vida. Sin embargo, la semana que escribió sobre la crisis climática, la carta nunca llegó a la madre de Alaa, Laila Soueif, defensora de los derechos humanos e intelectual por derecho propio. Tal vez, especuló en una correspondencia posterior con ella, su carcelero había «derramado su café sobre la carta». Lo más probable es que se considerara que tocaba temas prohibidos de «alta política», aunque Alaa dice que se cuidó de no mencionar siquiera al gobierno egipcio, ni siquiera «la próxima conferencia».

Esta última parte es importante. Es una referencia al hecho de que en menos de un mes, a partir del 6 de noviembre, la ciudad egipcia de Sharm el-Sheikh acogerá la cumbre del clima de las Naciones Unidas de este año, conocida como COP27, al igual que otras ciudades como Glasgow, París y Durban han hecho en el pasado. Decenas de miles de delegados (líderes mundiales, ministros, enviados, burócratas designados, así como activistas del clima, observadores de ONG y periodistas) descenderán a la ciudad balneario, con el pecho adornado con cordones y chapas codificadas por colores.

Libertad para Alaa Abd El Fattah.

Por eso esa carta perdida es significativa. Hay algo insoportablemente conmovedor en la idea de que Alaa -a pesar de la década de indignidades que él y su familia han sufrido- esté sentado en su celda pensando en nuestro mundo que se calienta. Ahí está, muriendo lentamente de hambre, pero todavía preocupado por las inundaciones en Pakistán y el extremismo en la India y la caída de la moneda en el Reino Unido y la candidatura presidencial de Lula en Brasil, todo lo cual se menciona en sus cartas recientes, compartidas conmigo por su familia.

También hay, francamente, algo que avergüenza, algo que podría hacer reflexionar a todas las personas que se dirigen a Sharm el-Sheikh. Porque mientras Alaa piensa en el mundo, no está nada claro que el mundo que está a punto de llegar a Egipto para la cumbre del clima esté pensando mucho en Alaa. O en los otros 60.000 presos y presas políticas que se calcula que hay entre rejas en Egipto, donde al parecer se practican bárbaras formas de tortura en «cadena«. O sobre los activistas egipcios de los derechos humanos y del medio ambiente, así como los periodistas y académicos críticos, que han sido acosados, espiados y a los que se les ha prohibido viajar como parte de lo que Human Rights Watch llama la «atmósfera general de miedo» de Egipto y la «implacable represión de la sociedad civil.»

El régimen egipcio está ansioso por celebrar a sus «líderes juveniles» oficiales del clima, presentando a ellas y ellos como símbolos de esperanza en la batalla contra el calentamiento (a muchos gobiernos de doble discurso les gusta utilizar a los jóvenes como accesorios climáticos). Pero es difícil no pensar en los y las valientes líderes juveniles de la Primavera Árabe, muchas de ellas ahora prematuramente envejecidos por más de una década de violencia y acoso por parte del Estado, sistemas generosamente financiados por la ayuda militar de las potencias occidentales, especialmente de Estados Unidos.

«Soy el fantasma de la primavera pasada», escribió Alaa sobre sí mismo en 2019. Ese fantasma rondará la próxima cumbre, enviando un escalofrío a través de cada una de sus palabras altisonantes. La pregunta silenciosa que plantea es cruda: si la solidaridad internacional es demasiado débil para salvar a Alaa -un símbolo icónico de los sueños liberadores de una generación-, ¿qué esperanza tenemos de salvar un hogar habitable?

¿En qué momento decimos «basta»?

Mohammed Rafi Arefin, profesor adjunto de geografía en la Universidad de Columbia Británica, que ha investigado la política medioambiental urbana en Egipto, señala que «cada cumbre climática de las Naciones Unidas presenta un complejo cálculo de costes y beneficios». En el lado negativo, está el carbono que se arroja a la atmósfera cuando las y los delegados viajan hasta allí; el precio de dos semanas de hotel (excesivo para las organizaciones de base); así como la bonanza de relaciones públicas de la que disfruta el gobierno anfitrión, que invariablemente se posiciona como campeón ecológico, sin importar las pruebas de lo contrario. Ya lo vimos cuando Polonia, país dependiente del carbón, fue el anfitrión en 2018, y lo vimos cuando Francia hizo lo mismo en 2015, a pesar de las plataformas petrolíferas de TotalEnergies en todo el mundo.

Estos son los aspectos negativos de la tradición de la cumbre anual sobre el clima. En el lado positivo del balance, está el hecho de que durante dos semanas en noviembre de cada año, la crisis climática es noticia mundial, a menudo proporcionando plataformas mediáticas para las poderosas voces en la primera línea de la alteración del clima, desde la Amazonía brasileña hasta Tuvalu. Otra ventaja es la red y la solidaridad internacionales que se producen cuando los organizadores locales del país anfitrión organizan contra-cumbres y «giras tóxicas» para revelar la realidad que hay detrás de las posturas ecológicas de sus gobiernos. Y, por supuesto, están los acuerdos que se negocian y los fondos que se prometen para los más pobres y los más afectados. Pero no son vinculantes y, como dijo Greta Thunberg de forma tan memorable, gran parte de lo que se ha prometido y anunciado no ha sido más que «bla, bla, bla».

Con la próxima cumbre del clima en Egipto, me dice Arefin, «el cálculo habitual ha cambiado. La balanza se ha inclinado». Están los negativos de siempre (el carbono, el coste). Pero además, el gobierno anfitrión -que tendrá la oportunidad de acicalarse ante el mundo- no es la típica democracia liberal de doble discurso. «Es», dice, «el régimen más represivo de la historia del Estado egipcio moderno».

Dirigido por el general Abdel Fattah el-Sisi, que tomó el poder en un golpe militar en 2013 (y se ha mantenido en él a través de elecciones falsas desde entonces), el régimen es, según las organizaciones de derechos humanos, uno de los más brutales y represivos del mundo.

Por supuesto, nunca se sabría por la forma en que Egipto se está promocionando antes de la cumbre. Un vídeo promocional en el sitio web oficial de la COP27 da la bienvenida a los delegados a la «ciudad verde» de Sharm el-Sheik y muestra a jóvenes actores -entre los que se encuentran hombres con barbas desaliñadas y collares que claramente pretenden parecer activistas medioambientales- que disfrutan de pajitas sin plástico y envases biodegradables para llevar mientras se hacen selfies en la playa, disfrutan de duchas al aire libre, aprenden a bucear y conducen vehículos eléctricos hasta el desierto para montar en camello.

Al ver el vídeo, me di cuenta de que Sisi ha decidido utilizar la cumbre para escenificar un nuevo tipo de reality show, en el que los actores «interpretan» a activistas que se parecen mucho a los activistas reales que están sufriendo bajo tortura en su archipiélago de prisiones en rápida expansión. Así que añádase esto al lado negativo del balance: Esta cumbre va mucho más allá del lavado verde de un estado contaminante; es el lavado verde de un estado policial. Y con el fascismo en marcha desde Italia hasta Brasil, no es poca cosa.

Inundaciones en Pakistán.

Otro factor que se sitúa firmemente en el lado negativo del balance: A diferencia de las anteriores cumbres sobre el clima celebradas, por ejemplo, en Sudáfrica, Escocia, Dinamarca o Japón, las comunidades y organizaciones egipcias más afectadas por la contaminación ambiental y el aumento de las temperaturas no se encontrarán en ninguna parte de Sharm el-Sheikh. No habrá giras tóxicas, ni animadas contracumbres, en las que los lugareños puedan instruir a los delegados internacionales sobre la verdad que se esconde tras la fachada de relaciones públicas de su gobierno. Esto se debe a que la organización de eventos de este tipo llevaría a los egipcios a la cárcel por difundir «noticias falsas» o por violar la prohibición de las  protestas, es decir, si no están ya allí.

Los delegados internacionales ni siquiera pueden leer mucho sobre la contaminación actual y el expolio medioambiental en Egipto antes de la cumbre en informes académicos o de ONG debido a una ley draconiana de 2019 que exige a los investigadores obtener permiso del gobierno antes de publicar información considerada «política». (No sólo las y los presos están amordazados: Todo el país lo está, y cientos de páginas web están bloqueados, incluido el indispensable y perennemente acosado Mada Masr).

Human Rights Watch informa de que los grupos se han visto obligados a frenar y reducir sus investigaciones bajo estas nuevas restricciones, y «un destacado grupo ecologista egipcio disolvió su unidad de investigación porque le resultó imposible trabajar sobre el terreno». Resulta revelador que ni uno solo de los ecologistas que hablaron con Human Rights Watch sobre la censura y la represión estuviera dispuesto a utilizar su nombre real porque las represalias son muy graves.

Arefin, que llevó a cabo una amplia investigación sobre los residuos y las inundaciones en las ciudades egipcias antes de esta última ronda de leyes de censura, me dijo que él y otros académicos y periodistas críticos «ya no pueden hacer ese trabajo. Hay un bloqueo de la producción de conocimiento crítico básico. Los daños medioambientales de Egipto se producen ahora en la oscuridad». Y los que se saltan las normas e intentan encender las luces acaban en celdas oscuras, o algo peor.

La hermana de Alaa, Mona Seif, que lleva años presionando por la liberación de su hermano y de otros presos políticos, escribió recientemente en Twitter: «La realidad que la mayoría de los que participan en el #Cop27 están eligiendo ignorar, es… en países como #Egipto tus verdaderos aliados, los que realmente les importa el futuro del Planeta, son los que languidecen en las cárceles».

Así que añade eso al lado negativo también: A diferencia de cualquier otra cumbre del clima en la memoria reciente, ésta no tendrá auténticos socios locales. Habrá algunos egipcios en la cumbre que dicen representar a la «sociedad civil». Y algunos de ellos lo hacen. El problema es que, por muy buenas intenciones que tengan, también son actores secundarios en el reality show ecológico de Sisi junto a la playa; en una desviación de las normas habituales de la ONU, casi todos han sido investigados y aprobados por el gobierno. El mismo informe de Human Rights Watch, publicado el mes pasado, explica que estos grupos han sido invitados a hablar sólo sobre temas «bienvenidos».

Acciones de solidaridad climática con Pakistán (this-is-our-story.org)

¿Qué es “bienvenido” para el régimen? «Recogida de basura, reciclaje, energía renovable, seguridad alimentaria y financiación del clima», especialmente si esa financiación del clima llenará los bolsillos del régimen de Sisi, permitiéndole quizás poner algunos paneles solares en las 27 nuevas prisiones que ha construido desde que tomó el poder.

¿Qué temas no son bienvenidos? «Los temas ambientales más delicados son los que señalan el fracaso del gobierno en la protección de los derechos de las personas frente a los daños causados por los intereses corporativos, incluidos los temas relacionados con la seguridad del agua, la contaminación industrial y los daños ambientales derivados del sector inmobiliario, el desarrollo del turismo y la agroindustria», según el informe de Human Rights Watch.

También es inoportuno: «el impacto medioambiental de la vasta y opaca actividad empresarial militar de Egipto, como las formas destructivas de las canteras, las plantas de embotellamiento de agua y algunas fábricas de cemento, son especialmente sensibles, al igual que los proyectos de infraestructuras «nacionales», como una nueva capital administrativa, muchos de los cuales están asociados a la oficina del presidente o al ejército». Y definitivamente no se habla de la contaminación por plásticos y el uso excesivo de agua de Coca-Cola – porque Coke es uno de los orgullosos patrocinadores oficiales de la cumbre.

¿La conclusión? Si quieres recoger basura, reciclar botellas viejas de Coca-Cola o pregonar el «hidrógeno verde», probablemente puedas conseguir una insignia para venir a Sharm el-Sheikh representando la forma más civil de la «sociedad civil». Pero si quieres hablar de los impactos sanitarios y climáticos de las plantas cementeras de carbón de Egipto, o de la pavimentación de algunos de los últimos espacios verdes de El Cairo, es más probable que recibas una visita de la policía secreta, o del distópico Ministerio de Solidaridad Social.

Ah, y si, como egipcia, dices algo mordaz sobre la propia COP27, o cuestiona la credibilidad de Sisi para hablar en nombre de las poblaciones pobres y vulnerables al clima de África, dado el hambre y la desesperación cada vez mayores de su propio pueblo, a pesar de toda esa ayuda norteamericana y europea, bueno, más vale que ya estés fuera del país.

Hasta ahora, acoger la cumbre ha demostrado ser nada menos que una bonanza para Sisi, un hombre al que Donald Trump se refirió supuestamente como «mi dictador favorito«. Está el impulso al turismo costero, que se hundió en los últimos años, y el régimen espera claramente que sus vídeos de duchas al aire libre y paseos en camello inspiren más. Pero eso es sólo el principio de la fiebre del oro verde. A finales del mes pasado, British International Investment, que cuenta con el respaldo del gobierno del Reino Unido, anunció vertiginosamente que estaba «invirtiendo 100 millones de dólares para apoyar a las nuevas empresas locales» en Egipto. También es el propietario mayoritario de Globeleq, que antes de la COP27 ha anunciado un enorme acuerdo de 11.000 millones de dólares para desarrollar la producción de hidrógeno verde en Egipto. Al mismo tiempo, la Institución Financiera de Desarrollo del Reino Unido subrayó su «compromiso de reforzar su asociación con Egipto y aumentar la financiación climática para apoyar el crecimiento verde del país».

Este es el mismo gobierno que parece no haber movido apenas un dedo para conseguir la liberación de Alaa, a pesar de su ciudadanía británica y su huelga de hambre. Por desgracia para él, el destino de Alaa estuvo durante meses en manos de una tal Liz Truss, que antes de convertirse en la espectacularmente insensible e inepta primera ministra de Gran Bretaña, fue su espectacularmente insensible e inepta secretaria de Asuntos Exteriores. Podría haber utilizado algunos de esos miles de millones en inversiones y ayuda al desarrollo para impulsar la liberación de su conciudadano, pero claramente tenía otras preocupaciones.

Los fracasos morales de Alemania son igualmente lamentables. Cuando la codirectora del Partido Verde, Annalena Baerbock, se convirtió en la primera mujer ministra de Asuntos Exteriores del país el pasado mes de diciembre, anunció una nueva «política exterior basada en valores», que daría prioridad a los derechos humanos y a las cuestiones climáticas. Alemania es uno de los principales donantes y socios comerciales de Egipto, por lo que, al igual que el Reino Unido, tiene ciertamente una carta que jugar. Pero en lugar de presionar sobre los derechos humanos, Baerbock ha proporcionado a Sisi inestimables oportunidades de propaganda, como la de copresentar con él el «Diálogo Climático de Petersberg», en el que el despiadado dictador pudo rebautizarse como líder verde.

Y ahora que la dependencia de Alemania del gas ruso ha implosionado y explotado, Egipto se está posicionando con entusiasmo para proporcionar gas e hidrógeno sustitutivo. Mientras tanto, el gigante alemán, Siemens Mobility, ha anunciado un contrato «histórico» de miles de millones de dólares para construir trenes de alta velocidad electrificados en todo Egipto.

Ilustración de la revista Mada Masr sobre los planes de producció de hidrógeno de Egipto en

Las inyecciones internacionales de dinero verde llegan justo a tiempo para el tumultoso régimen de Sisi. Gracias al tsunami de crisis mundiales (inflación, pandemia, escasez de alimentos, aumento de los precios de los combustibles, sequía, deuda), además de su mala gestión y corrupción sistémicas, Egipto está al borde del incumplimiento de su deuda externa, una situación volátil que bien podría desestabilizar el férreo gobierno de Sisi, al igual que la última crisis financiera creó las condiciones que desbancaron a Mubarak. En este contexto, la cumbre sobre el clima no es una mera oportunidad de relaciones públicas, sino también un salvavidas ecológico.

Aunque se resisten a abandonar el proceso, la mayoría de activistas climáticas serias reconocen que estas cumbres producen poco en cuanto a acciones climáticas basadas en la ciencia. Año tras año desde que comenzaron, las emisiones siguen aumentando. Entonces, ¿qué sentido tiene apoyar la cumbre de este año cuando lo único que se va a conseguir es afianzar y enriquecer aún más un régimen que, según cualquier criterio ético, merece el estatus de paria?

Como pregunta Arefin, «¿En qué momento decimos ‘basta’?»

¿Es el pueblo egipcio la zona de sacrificio para el «progreso» climático?

Durante meses, el exilio egipcio en Europa y Estados Unidos ha suplicado a las grandes ONG ecologistas que incluyeran la carnicería de las cárceles de su país en la agenda de las negociaciones previas a la cumbre. Sin embargo, nunca se le dio prioridad.

Se les dijo que ésta es «la COP de África» (COP es el acrónimo de la ONU para «Conferencia de las Partes» de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático). Que, a pesar de todos los fracasos anteriores, esta COP, la 27ª hasta la fecha, por fin se tomaría en serio la «aplicación» y las «pérdidas y daños», más palabras de la ONU para referirse a la esperanza de que los países ricos y altamente contaminantes paguen por fin lo que deben a las naciones pobres que, como Pakistán, no han contribuido prácticamente nada a las emisiones de carbono y, sin embargo, están soportando la mayor parte de los crecientes costes.

La clara implicación ha sido que la cumbre es demasiado seria e importante como para ser desviada por el supuesto asunto menor del escandaloso historial de derechos humanos del país anfitrión. Las vidas aterrorizadas, los cuerpos embrutecidos y las verdades silenciadas han sido tratados, en su mayor parte, como un vergonzoso daño colateral, un desafortunado precio que hay que pagar para que el clima progrese.

Pero, ¿va la COP27 a defender realmente la justicia climática? ¿Va a llevar la energía verde y el tránsito limpio y la soberanía alimentaria a los pobres? ¿Se enfrentará la cumbre realmente a la deuda climática y a las reparaciones, como muchos pretenden? Ojalá.

El pueblo egipcio, como los pueblos de toda África, son históricamente poco emisores que, sin embargo, se ven gravemente afectados por el calentamiento. Por lo tanto, la justicia exige que reciban reparaciones climáticas de los grandes emisores más ricos. El problema es que si esas deudas climáticas se pagan sin enfrentarse a las redes financieras y militares internacionales que apuntalan a gobernantes brutales como Sisi, el dinero nunca llegará al pueblo. En su lugar, se destinará a asegurar más armas, construir más prisiones y financiar más despilfarros industriales que desplazan y empobrecen aún más a los egipcios más necesitados.

La primavera árabe en la plaza Tahrir (El Cairo) (CrimethInc)

El caso de las reparaciones climáticas es obvio, escribe el periodista, cineasta y novelista egipcio Omar Robert Hamilton en un ensayo magistral: «La cuestión más difícil es cómo diseñar un sistema de reparaciones que no afiance los poderes estatales autoritarios. Esto debería estar en el centro de las negociaciones de la COP entre los países del Sur y del Norte, sólo que los que negocian para el Sur suelen ser poderes estatales autoritarios cuyos intereses a corto plazo son aún más frágiles que los de los ejecutivos del petróleo».

En resumen, a pesar de que en los círculos climáticos se habla de que esta es la COP de la «implementación», la que se centra en las políticas de #JustandAmbitious (Justo y Ambicioso), la cumbre de Egipto probablemente logrará tan poco en cuanto a acción climática real como todas las anteriores. Pero eso no significa que no vaya a conseguir nada. Porque cuando se trata de apuntalar a un verdadero régimen de tortura, dándole dinero en efectivo y operaciones fotográficas de limpieza de imagen, la COP27 ya es un regalo fastuoso para un estado policial.

Alaa Abd El Fattah ha sido durante mucho tiempo un símbolo de la revolución egipcia violentamente extinguida. Pero a medida que se acerca la cumbre, se está convirtiendo también en símbolo de algo más: la mentalidad de zona de sacrificio que está en el corazón de la crisis climática. Se trata de la idea de que algunos lugares y algunas personas pueden pasar desapercibidos, descontados y descartados, todo ello en nombre del «progreso» hacia objetivos supuestamente más importantes.

Hemos visto esta mentalidad en funcionamiento cuando se envenenan las comunidades de primera línea para extraer y refinar los combustibles fósiles. Lo hemos visto cuando esas mismas comunidades son sacrificadas de nuevo en nombre de la aprobación de una ley climática que no las protege. Y ahora lo estamos viendo en el contexto de una cumbre internacional sobre el clima, con los derechos de las personas que viven en el país anfitrión, sacrificados e ignorados en nombre del espejismo del «progreso real» en las negociaciones.

Si la cumbre del año pasado en Glasgow fue sobre «bla, bla, bla», el significado de esta, incluso antes de empezar, es claramente más ominoso. Esta cumbre trata de sangre, sangre, sangre2. La sangre de los aproximadamente 1.000 manifestantes masacrados por las fuerzas egipcias para asegurar el poder a su actual gobernante. La sangre de los que siguen siendo asesinados. La sangre de quienes son golpeados en las calles y torturados en las cárceles, a menudo hasta la muerte. La sangre de personas como Alaa.

Puede que aún estemos a tiempo de cambiar ese siniestro guión, de que la cumbre se convierta en un reflector que ilumine las numerosas conexiones entre el creciente autoritarismo y el caos climático en todo el mundo. Como el modo en que líderes fascistas como la italiana Giorgia Meloni avivan el miedo a los refugiados, incluidos los que huyen del colapso climático, para alimentar su ascenso, y cómo la Unión Europea colma de dinero a líderes brutales como Sisi para que siga impidiendo que los africanos lleguen a sus costas. Todavía estamos a tiempo de aprovechar las condiciones extremas en las que se celebrará la cumbre para argumentar que la justicia climática -ya sea dentro de los países o entre ellos- es imposible sin libertades políticas. Todavía hay poder y fuerza que organizar y ejercer.

«A diferencia de mí, tú aún no has sido derrotado». Alaa escribió esas palabras en 2017. Había sido invitado a pronunciar un discurso en la RightsCon, la confabulación anual sobre derechos humanos en la era digital patrocinada por todas las grandes empresas tecnológicas. La conferencia se celebraba en Estados Unidos, pero como Alaa estaba entre rejas en la tristemente célebre prisión de Tora (ya habían pasado cuatro años en ese momento), envió una carta en su lugar.

Es un texto brillante, sobre el imperativo de proteger Internet como espacio de creatividad, experimentación y libertad. Y también es un reto para aquellos que no están (todavía) entre rejas, que tienen control sobre mucho más que su ingesta diaria de calorías, y que tienen la libertad de hacer cosas como viajar a conferencias para hablar de justicia y democracia y derechos humanos. En el abismo entre esa libertad y el cautiverio de Alaa se encuentra la responsabilidad. Una responsabilidad no sólo de ser libre, sino también de actuar libremente, de utilizar la libertad en todo su potencial transformador. Antes de que sea demasiado tarde.

Mientras decenas de miles de delegados relativamente libres de la COP27 se preparan para volar a Sharm el-Sheikh, comprobando las temperaturas medias de noviembre (máximas de 28º C, 82º F), empacando adecuadamente (camisas ligeras, sandalias, un traje de baño… porque nunca se sabe), las palabras de Alaa sobre las responsabilidades que conlleva ser invicto adquieren una nueva y ardiente urgencia. Dada la garantía de que los egipcios que asistan a la cumbre no podrán actuar con ninguna libertad, ¿cómo desplegarán su libertad los extranjeros que sí puedan asistir? ¿Su estado de no estar todavía derrotado?

Joven muestra balas disparadas a manifestantes en Tahrir en 2011 (crimethinc.com)

¿Cómo desplegarán su libertad los extranjeros que tienen libertad para asistir?

¿Se comportarán como si Egipto no fuera más que un telón de fondo, y no un país real en el que personas como ellos han luchado y muerto por las mismas libertades que ellos, y contra los mismos intereses económicos que están desestabilizando nuestro clima planetario y político? ¿O encontrarán la manera de trasladar algunas de las truculentas verdades de las cárceles egipcias al verde brillo del centro de conferencias? ¿Se arriesgarán a ser detenidos, sabiendo que las fuerzas de seguridad egipcias los tratarán con guantes de seda, sin querer que su brutalidad habitual empañe el reality show? ¿Buscarán las pocas organizaciones de la sociedad civil que quedan en El Cairo -como las que se reunieron en  copcivicspace.net– y verán cómo pueden ayudar?

Alaa sería el primero en decir que lo que se necesita no es ni piedad ni caridad. Más bien, como internacionalista comprometido que se solidariza con muchas luchas, desde Chiapas hasta Palestina, pidió a compañeras y compañeros en una batalla que tiene frentes en todas las naciones. «Nos dirigimos a vosotras», escribió en aquella carta de RightsCon desde la cárcel, «no en busca de aliados poderosos, sino porque nos enfrentamos a los mismos problemas globales y compartimos valores universales, y con la firme creencia en el poder de la solidaridad.»

Las fuerzas antidemocráticas y fascistas están surgiendo en todo el mundo. En un país tras otro, las libertades son repentinamente precarias o se desvanecen. Y todo esto está conectado. Las mareas políticas se mueven en oleadas a través de las fronteras, para bien y para mal – que es precisamente la razón por la que la solidaridad internacional nunca puede ser sacrificada en nombre de la conveniencia de algún objetivo mayor de «progreso».

La revolución de Egipto se inspiró en la de Túnez y, a su vez, «el espíritu de Tahrir» se extendió por todo el mundo. Ayudó a inspirar otros movimientos liderados por jóvenes en Europa y América del Norte, incluyendo Occupy Wall Street, que a su vez ayudó al nacimiento de nuevas políticas anticapitalistas y ecosocialistas. De hecho, se puede trazar una línea bastante recta de Tahrir a Occupy, a la campaña de Bernie Sanders en 2016, a la elección de Alexandria Ocasio-Cortez al Congreso y su promoción del Green New Deal.

Pero el otro lado también inspira a sus aliados. Como dijo Alaa en la RightsCon tras la elección de Donald Trump, la gente en Estados Unidos tiene que «arreglar su propia democracia» porque «un revés para los derechos humanos en un lugar donde la democracia tiene raíces profundas es seguro que se utilizará como excusa para violaciones aún peores en sociedades donde los derechos son más frágiles.»

Hace falta libertad para obligarles a hacerlo

El lema de los grupos que intentan reforzar estas conexiones en Egipto es «No hay justicia climática sin espacio cívil abierto». Otra forma de decir lo mismo es: Donde los derechos humanos son atacados, también lo es el mundo natural.

Después de todo, las comunidades y organizaciones que se enfrentan a la represión y la violencia estatal más severa en todo el mundo -ya sea que vivan en Filipinas o Canadá o Brasil o Estados Unidos- están compuestas en su gran mayoría por pueblos indígenas que tratan de proteger sus territorios de los proyectos extractivos contaminantes, muchos de los cuales también están impulsando la crisis climática. La defensa de los derechos humanos, vivamos donde vivamos, es por tanto inextricable de la defensa de un Planeta habitable.

Además, la medida en que algunos gobiernos están introduciendo por fin una legislación climática significativa está también ligada a las libertades políticas que aún no se han erosionado. El Senado de Estados Unidos y el gobierno de Biden se han visto arrastrados a aprobar la Ley de Reducción de la Inflación -por muy defectuosa que sea- y a hundir (al menos por ahora), el venenoso acuerdo paralelo del senador Joe Manchin sobre los permisos de petróleo y gas. Esto no ocurrió porque de repente vieran la luz del clima. El venenoso acuerdo paralelo de Joe Manchin sobre los permisos de petróleo y gas. Esto no sucedió porque de repente vieron la luz del clima. Sucedió como resultado directo de la presión pública, el periodismo de investigación, la desobediencia civil, las sentadas en las oficinas legislativas, las demandas y todas las demás herramientas disponibles en el arsenal no violento.

Y, en última instancia, los legisladores se reunieron para aprobar la ley porque temían lo que ocurriría cuando se enfrentaran a los votantes en noviembre si acudían a ellos con las manos vacías. Si los políticos estadounidenses no tuvieran que temer al público, porque el público les teme más, nada de esto habría ocurrido.

Una cosa es segura: No conseguiremos el tipo de cambio que exige la crisis climática sin la libertad de manifestarse, sentarse, avergonzar a los líderes políticos y decir la verdad en público. Si se prohíben las manifestaciones y se criminalizan los hechos inconvenientes como «noticias falsas», como ocurre sistemáticamente en el Egipto de Sisi, entonces se acabó el juego. Todo esto debería ser obvio para todos los que forman parte del movimiento climático, tengan la edad que tengan y pertenezcan a la parte del movimiento que pertenezcan. Sin las huelgas, las protestas, las sentadas y la investigación, estaríamos mucho peor de lo que estamos. Y cualquiera de esas actividades es suficiente para que una o un activista o periodista egipcio acabe en una oscura celda junto a la de Alaa.

Cuando llegó la noticia de que la próxima cumbre climática de la ONU se celebraría en Sharm el-Sheikh, los y las activistas egipcias, dentro del país y en el exilio, podrían haber llamado al movimiento climático a boicotear. Decidieron no hacerlo, por diversas razones. Pero sí pidieron solidaridad. El Instituto de Estudios de Derechos Humanos de El Cairo, por ejemplo, pidió a la comunidad internacional que utilizara la cumbre «para arrojar más luz sobre los crímenes que se están cometiendo en Egipto e instar a las autoridades egipcias a cambiar de rumbo». Había grandes esperanzas de que los activistas norteamericanos y europeos presionaran a sus gobiernos para que condicionaran su asistencia y participación a que Egipto cumpliera los requisitos básicos en materia de derechos humanos. Incluyendo, como mínimo, una amplia amnistía para los presos de conciencia encarcelados por «delitos» como organizar una manifestación, o publicar una declaración poco halagadora sobre el régimen, o recibir una subvención extranjera.

S han olvidado pero los y las jóvenes de egipto son todavía ejemplo para el mundo. (foto: CrimethInc)

Ese tipo de solidaridad podría haber ocurrido. Algo de eso podría suceder todavía. Pero, hasta ahora, a menos de un mes de que comience la cumbre, la respuesta del movimiento climático mundial ha sido silenciosa. Muchos grupos han añadido sus nombres a las peticiones; han aparecido un puñado de artículos sobre la situación de los derechos humanos durante la cumbre (incluido uno muy contundente sobre Alaa escrito por Bill McKibben en el New Yorker); y los activistas del clima en Alemania, muchos de ellos exiliados egipcios, han celebrado pequeñas protestas con carteles que decían «No a la Cop27 hasta que Alaa sea libre» y «No al lavado verde de las cárceles de Egipto». Pero no hemos visto nada parecido al tipo de presión internacional que preocuparía a un régimen tan descarado como el que actualmente gobierna Egipto.

Cuando se ha planteado la ética de permitir a Sisi acoger la cumbre mundial sobre el clima, la preocupación se ha centrado principalmente en su impacto sobre los visitantes internacionales. ¿Serán libres de ondear pancartas y organizar protestas fuera de la sede oficial de la conferencia, sin ser tratados como los egipcios? ¿Estarán seguros los activistas LGBTQ+? Son preocupaciones justas. Pero es un poco como celebrar una conferencia feminista internacional en Arabia Saudí y luego quejarse de que las mujeres visitantes no son libres de llevar pantalones cortos o alquilar coches, sin apenas mencionar a las mujeres que viven en condiciones mucho peores durante todo el año. Eso, obviamente, sería un profundo fracaso de la solidaridad. Pero también lo es el hecho de que muchos delegados de la cumbre se enfurecieran cuando los hoteles de Sharm el-Sheikh se negaron a respetar las reservas de hotel más baratas y aumentaron arbitrariamente los precios, pero hasta ahora no han expresado la misma indignación por los presos políticos encerrados.

O considera que todas las principales fundaciones de Estados Unidos y Europa estarán en Sharm el-Sheikh, reuniéndose con grupos que financian y otros que podrían considerar financiar – dentro de un país donde recibir ese dinero para decir la verdad sobre el despojo ambiental en Egipto puede costar la vida. Como informa Human Rights Watch, «En 2014, el presidente el-Sisi modificó, por decreto, el código penal para castigar con cadena perpetua o pena de muerte a quien solicite, reciba o ayude a la transferencia de fondos, ya sea de fuentes extranjeras o de organizaciones locales, con el objetivo de realizar un trabajo que perjudique un «interés nacional» o la independencia del país o que socave la seguridad pública.» La sentencia de muerte por obtener una subvención.

Todo esto es un poco desconcertante. ¿Por qué invitar a financiadores y grupos verdes a Egipto cuando el régimen tiene una hostilidad tan evidente hacia el concepto mismo de sociedad civil? La verdad, incómoda para todos las personas que asistirán, es que nada serviría más a Sisi que convertir Sharm el-Sheik en una especie de zoo sin ánimo de lucro, donde los activistas internacionales del clima y los financiadores pueden pasar dos semanas gritando sobre la injusticia norte-sur y marchando en círculos ante las cámaras, con algunos grupos locales aprobados por el Estado en aras de la autenticidad.

¿Por qué? Porque entonces Egipto parecería algo que no es: una sociedad libre y democrática. Un buen lugar para pasar sus próximas vacaciones. O para introducir alguna inversión extranjera. Una buena fuente para su gas natural. O para confiar un nuevo préstamo del Fondo Monetario Internacional.

Según todos los indicios, el gobierno egipcio está construyendo frenéticamente una burbuja en Sharm el-Sheikh donde se hará pasar por algo que se parece a una democracia. La pregunta que deberían hacerse los grupos de la sociedad civil no es: «¿Estaremos seguros en la burbuja?» Es: «¿Por qué celebrar una cumbre en un país que necesita construir una burbuja en primer lugar?»

Antes una plaza, ahora un pabellón

En todos los planes para la cumbre sobre el clima patrocinada por Coca-Cola del mes que viene, el detalle más orwelliano es seguramente el anuncio de que será la primera reunión de este tipo que contará con un «Pabellón de la Infancia y la Juventud» dentro del recinto oficial: un espacio dedicado de 250 metros que «proporcionará un lugar de reunión de charlas, educación, creatividad, sesiones informativas sobre políticas, descanso y relajación, reuniendo las voces de los jóvenes de todo el mundo». Esto permitirá a los jóvenes, entiéndase bien, «decir la verdad al poder».

No me cabe duda de que muchos de los jóvenes de ese pabellón pronunciarán poderosos discursos, como lo hicieron en Glasgow y en las cumbres climáticas anteriores. Los jóvenes se han convertido en verdaderos líderes climáticos, y han inyectado la urgencia y la claridad moral que se necesitan desesperadamente en muchos espacios climáticos oficiales. Esa misma claridad moral es necesaria ahora.

Hace una década, las y los egipcios que eran tan jóvenes o más jóvenes que los huelguistas del clima que se dirigían a la COP27 no tenían un pabellón sancionado por el Estado. Tenían una revolución. Inundaron la plaza Tahrir exigiendo un país diferente, uno sin la sombra siempre presente del miedo, uno en el que los adolescentes no desaparecieran en los calabozos de la policía y reaparecieran muertos, con la cara hinchada y ensangrentada.

Esa revolución derrocó a un dictador que gobernaba desde antes de que ellos nacieran. Pero luego sus sueños fueron aplastados por las traiciones políticas y la violencia. En una de sus últimas cartas, Alaa escribió lo doloroso que es compartir su celda con adolescentes que fueron detenidos cuando eran niños. «Eran menores de edad cuando los metieron en la cárcel y están luchando por salir antes de alcanzar la mayoría de edad».

Una de las adolescentes que ayudó a tomar la plaza en 2011 fue la extraordinaria hermana menor de Alaa, Sanaa Seif (él tiene dos hermanas, Mona y Sanaa). Con sólo 17 años en ese momento, Sanaa cofundó un periódico revolucionario, Al Gornal,, que publicó decenas de miles de ejemplares y se convirtió en una especie de voz de Tahrir. También fue editora y camarógrafa en el documental «The Square», nominado al Oscar en 2013. Ella misma ha sido encarcelada en múltiples ocasiones por denunciar las violaciones de los derechos humanos y por exigir la liberación de su hermano.

La activista Sanaa Seif,

En una entrevista, me dijo que tiene un mensaje para las y los jóvenes activistas que se dirigen a ese pabellón: «Lo intentamos. Dijimos la verdad al poder». Ahora muchas personas están «pasando gran parte de nuestros veinte años en la cárcel. Cuando vayan, recuerden que pueden ser la voz de otros jóvenes… Por favor, mantengamos esa herencia. Por favor, digan la verdad al poder. Tendrá impacto. Los ojos de la P.R. egipcia están sobre ti».

Pero a medida que se acerca la cumbre del clima, y la huelga de hambre de Alaa se prolonga, Sanaa está perdiendo la paciencia con los grandes grupos ecologistas que hasta ahora han guardado silencio. «Sinceramente, estoy harta de la hipocresía del movimiento climático», escribió en Twitter la semana pasada. «Desde Egipto llevan meses lanzando gritos advirtiendo que esta #COP27 irá mucho más allá del lavado verde, que las ramificaciones sobre nosotros serán horribles. Sin embargo, la mayoría está eligiendo ignorar la situación de los derechos humanos.»

Esta es la razón por la que el activismo climático se ve a menudo como un ejercicio de élite, desconectado de la gente con preocupaciones diarias urgentes, como sacar a sus familiares de la cárcel. «Estás garantizando que la #AcciónClimática siga siendo una noción ajena y exclusiva de los pocos que se dan el lujo de pensar más allá del día de hoy», escribió. Y además, «la mitigación del cambio climático y la lucha por los derechos humanos son luchas interrelacionadas, no deberían estar separadas. Sobre todo porque nos enfrentamos a un régimen apuntalado por empresas como BP y Eni. Y realmente, ¿qué tan difícil es plantear ambos temas? #LibéralosTodos #LiberaAlaa».

No es difícil, pero requiere valor. Con las luces parpadeando en tantas democracias del mundo, el mensaje que las activistas deben llevar a la cumbre del clima, tanto si viajan a Egipto como si se comprometen desde lejos, es sencillo: Si no se defienden las libertades políticas, no habrá una acción climática significativa. Ni en Egipto, ni en ningún otro lugar. Estas cuestiones están entrelazadas, al igual que nuestros destinos.

Se hace tarde, pero aún hay tiempo suficiente para hacerlo bien. Human Rights Watch sostiene que la secretaría de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que establece las normas para estas cumbres, debería «desarrollar criterios de derechos humanos que los países que acojan las futuras COP deban comprometerse a cumplir como parte del acuerdo de acogida».

Es demasiado tarde para esta cumbre, pero no lo es para que todos los que se preocupan por la justicia climática se solidaricen con las y los revolucionarios que inspiraron a millones de personas en todo el mundo hace una década cuando derrocaron a un tirano. Puede que incluso haya tiempo para asustar a Sisi lo suficiente con la perspectiva de una pesadilla de relaciones públicas teñida de verde junto al Mar Rojo como para que decida abrir las puertas de algunas de sus mazmorras antes de que lleguen todas esas cámaras.

Porque, como nos recuerda Alaa desde la desesperación de su celda, aún no hemos sido derrotadas.

https://youtu.be/-WDAE_rB51Q

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El 6 de octubre, The Intercept organizó una mesa redonda en directo sobre «La cumbre climática carcelaria de Egipto» en la que participaron muchas de las personas citadas en este artículo, entre ellas: Sanaa y Mona Seif, hermanas del preso político Alaa Abd El Fattah; los célebres escritores, periodistas y activistas egipcios Omar Robert Hamilton y Sharif Abdel Kouddous; y el autor y fundador de 350.org y Bill McKibben de Third Act. La mesa redonda fue moderada por Naomi Klein y Mohammed Rafi Arefin, profesor adjunto de Geografía de la Universidad de Columbia Británica. El evento fue coproducido por el Centro para la Justicia Climática de la UBC. Véalo aquí.

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NOTAS

1From Blah, Blah, Blah to Blood, Blood, Blood

2Juego de palabras en el original inglés: “blah, blah, blah” y “blood, blood, blood”

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